viernes, agosto 03, 2007

vaga de día, el Naitún y el Caco, sobre todo el Caco

De día, dije, la cosa cambia. Me da por el barrio Brasil de manera obsesiva, de alguna manera ese barrio en hace sentir en casa, aunque nunca he vivido ahí, me da la sensación de que me contiene y lo contengo, que podemos ser amigos, que no sobro, no molesto, y eso lo agradezco paseando de ida y de vuelta por sus calles que ya me reconocen tanto como yo a ellas, y termino siempre o casi siempre sentada en el altillo del Naitún, recordando, como siempre, la última vez que lo vi con vida al Caco, la misma tarde pegoteada de febrero (era un ocho de febrero, cómo no olvidarlo), cuando me dijo que tenía el maldito virus en su sangre, el mismo que le mató en Ciudad de México apenas unas semanas después, y no sé porqué (no es por sufrir, creo), me ubico invariablemente en esa mesa, la misma, la que enfrenta la ventana enorme que devora Cumming, ahí mismito donde le toqué al Caco el brazo, y le dije que lo quería muchísimo, que por favor nunca lo olvidara, que me era muy querido, mientras aguantaba el enorme nudo en mi garganta para llorarlo recién llegando a mi casa, huyendo de las ganas de quemarme la piel con la brasa de mi cigarro.

El Naitún será para siempre el Caco, aunque ha sido para mí mucho más que eso, ha sido amigos, amores, amantes fugaces, intentos por celebrar la vida. Ha cambiado de formato y de escenografía muchas veces, los pilares cayeron, se redistribuyeron los espacios, se abrió y se cerró el espacio superior, y lo mismo el inferior. Pero permanece en lo esencial. Cumming, llegando a Catedral, me parece, a media cuadra del metro Cumming. Si lo conocen, saben de lo que hablo, y si no lo conocen, pues qué esperan, los viernes y sábado hay show en vivo con música latinoamericana por lo general muy buena. Y a veces, obras de teatro.

Saliendo del Naitún uno puede acercarse a la famosa plaza Brasil, que es la plaza más plaza de toda Ciudad Anestesia, con juegos infantiles que si yo fuera cabra chica celebraría entusiasta, con un ambiente de provincia extraño pero agradable, con mucha gente libre y otra queriendo ser libre, con libros, con café, con viejos (por supuesto), que se sientan a no hacer nada, con amores eternos y calenturas pasajeras, en fin, tanta vida, y a toda hora, y por sobre todo, niños, entre ellos el mío, gritándome que lo mire tirarse por el lomo del dinosaurio o aparecerse en la base de la nave espacial.

Es caminable el centro de Santiago, además. Uno se empina un poco y llega a la plaza (de Armas, esta vez), sin problemas, a los peruanos que sin pudor alguno se han tomado todo un pedazo de por allí, a la Catedral, a las librerías y a esos extraños seres que son los santiaguinos, siempre apurados, urgidos, enojados, y de pronto uno que otro diferente, sonriente, feliz, simple joya en medio de la locura. El centro me encanta, hay de todo para mirar, de todo donde indagar, galerías especializadas en cosas extrañísimas, otras en que se concentran en exclusiva especimenes de lo más estrambóticos, de vestimentas, gestos, y lenguajes crípticos, cerrados, ocultos. Uno puede estar todo el día en eso, en sólo observarle el ritmo al centro, hasta que la hora recomiende volverse al feudo, subirse a un bicho enorme articulado, bajarse en Maipú, y subirse a otro bicho menor verde (pero no agua), y llegar a la casa a contarle a las paredes lo que uno vio, y que por supuesto, se estuvo en el Naitún y que aún perdura por ahí la silueta del ilustre e insigne, del inolvidable Caco.

Dedicado a toda la manga de huevones que querían sinceramente a ese ser extraordinario que fue el famoso Caco, en especial a la Pito. Donde quieras que estés, Pito, un abrazo.