lunes, noviembre 12, 2007

la paz en el alma, o Wan Chang huyendo del compromiso

Siempre hablo de lo mismo, quizá no puedo evitarlo. Mi amado amigo Etxe dale que dale con torbellinos que clavan espinas en su cabeza, siempre. Dice que yo lo he curado mucho. Puede ser. Recuerdo haber llorado muchas veces en su casa, algo insólito para mí. No necesariamente por él, quizá más bien a propósito de él. Bueno, un día, cansada del daño, de ese daño que Etxe no sólo lleva dentro sino que revive a cada rato en un ciclo morboso, pensé que era agotador estar demasiado cerca de quien trataba de esa manera, al mundo y a sí mismo, siendo que se muere más bien por dar amor. Me pregunté qué mierda me hace juntarme con él.

Aún no tengo respuesta, aparte de la odiosa respuesta de mi calidad de enfermera del alma. Lo he sido con amigas, lo he sido con parejas (al menos, con el padre de mi hijo lo fui, me reventé, conocí el abismo, resistí solo con aire, todo por ver que se curaba, que, a ratos, su herida disminuía, su alma resplandecía, permanecíamos, aún, vivos, sólo si estábamos juntos, juntos, conmigo asistiendo su eterna herida).

Con amigos y amigas, he sentido que ha sido mutuo. Etxe me cura, aunque él no lo sabe o no lo admite. Me cura saber que existe alguien con quien puedo juntarme a hacer literalmente nada sin el menor asomo de remordimiento, la menor pizca. No sé si me curan sus halagos, porque, la verdad, es raro, últimamente he recibido varios cumplidos y no me da nada. Ni siquiera los literarios. Quizá por fin me curé de la enfermedad del ego recalcitrante, qué sé yo. Quizá entré en una especie horrenda de anestesia (Ciudad Anestesia cumpliendo su cometido).

El caso es que pienso y pienso, y llego a la conclusión que tampoco me caería muy bien juntarme con quien represente una eterna paz en el alma. No lo sé, quizá sería lo que yo necesito, pero no me figuro, así, de mejor amiga de Wan Chang Cane (el protagonista de Kung Fu, para más señas). Mal ejemplo. Con Wan Chang sería súper. Porque él de verdad estaba en paz. Pero sería imposible, el tipo le tenía alergia al compromiso, jamás se quedaba en un lugar, siempre estaba huyendo o buscando, no permanecía y evitaba hacer lazos.
La cosa es que no le creo mucho a la gente que pretende estar en súper paz. Quizá los que conozco que andan así por la vida, no son tal. Eso exaspera mucho más que la abierta herida de mi Etxe. No soporto a los huevones que andan así, dándoselas de budistas zen, creyéndose en la última etapa de la evolución espiritual. Creo que por eso trago a duras penas a los esotéricos y cuantos más que se enjuagan la boca con frases muy (pero muy) bien hechitas, aprendidas de memoria y regurgitadas en el momento adecuado. No sé si todos son así, la mayoría de la gente no lo es. Así que disculpen ustedes. Tampoco la mayoría es como Etxe, poca gente soporta tal dolor constante para existir. La mayoría deambula a tientas en el difícil arte de vivir. A ratos más que difícil.

En fin, creo que me junto con Etxe porque sí. Excelente respuesta. Me encantan ciertos porque sí. Me junto con él porque me gusta estar con él, y punto. Me hace reír mucho con sus estupideces. Yo lo hago reír sin la menor intención. La cosa es que nos reímos montones. Por un rato, distraemos de nosotros ese enorme peso (el alacrán acechante en mi alma, sus espinas perpetuas atravesándole la mente). Basta una mirada, o una frase, y ya está. Alguien debiera hacer una película de nosotros, estoy segura. Saldría algo lindo, yo creo. Nuestros diálogos en persona son buenos (los en línea son francamente prescindibles), y no lo hacemos pretendiendo. Así no más es. Da lo mismo porqué me junto con él. Es mi amigo y punto. Además, se parece un poco a Wan Chang, a él también le incomoda enormemente el compromiso, vaya cómo. Y no responde directamente, da a entender que la evolución implica desapego, que la palabra dependencia es poco menos que una mancha. Y luego, por teléfono me cuenta de su corte en la mano derecha, y a pito de nada, dice "te he echado de menos".