lunes, octubre 30, 2006

aniversario

No es que sea obsesiva con las fechas. La verdad, a veces no llevo la cuenta exacta de cómo la gente entra en mi vida para quedarse. Los hombres siempre reclaman de nosotras un excesivo, puntilloso, acucioso registro de nuestras fechas, la primera vez que nos vimos, la primera cita, el primer beso, etc. Yo recuerdo las fechas aproximadas por los eventos que las rodean, y a veces tengo la total certeza.
Este es mi caso, al recordar que hace exactamente un año, del 31 de octubre al 1º de noviembre, hice contacto por primera vez con Nadie, mi actual gran amigo. Me resulta imposible no recordar el barullo por jalogüín en el barrio, los niños disfrazados, los jóvenes bebiendo en las calles, el jolgorio por un fin de semana, que hace un año tocó más largo de lo normal, gracias a lo de la festividad de todos los santos. Recuerdo que en el chat en que ambos estábamos, él se dedicaba a decirles a todos los presentes lo inútil de sus vidas, lo vacua de su existencia, en resumen, a tirar mierda por encargo y sin discriminación alguna. Pero recuerdo perfectamente que también nombraba a ciertos filósofos junto con poetas malditos. En fin, no recuerdo quién abrió un privado con el otro, Nadie dice que fue él, y yo no lo recuerdo, como tampoco me sorprendería demasiado de enterarme que fui yo la que acercó las distancias por primera vez.
Recuerdo también, con claridad total, que lo que más conversamos fue acerca de mi nick y todo lo que conllevaba, es decir, hablamos de Cortázar, aunq ue me costó mucho, de pronto caer en sus códigos. Hablaba de Julio y yo nunca le he tuteado a Cortázar. Creo que en verdad, jamás tuteo a mis escritores favoritos. Hablo de Bolaño, de Auster, de Borges, de la Bombal, de Dostoiewski, de Tolstoi, de Chéjov, de Quiroga, de la Durás. Me costó mucho, por tanto, entender que hablábamos de un mismo señor, a quien yo sólo nombro por el apellido y él insistía en nombrar por el nombre, como si lo hubiese conocido en persona. Hablamos también de mi nick, de aquel personaje adorable, a quien ambos amábamos por igual.
Aunque en contra de todos mis preceptos, lo agregué a mi msn, y por ahí charlamos un poco más, antes de despedirnos. Yo notaba cierta incoherencia y ceguera a lo que yo le decía, en el diálogo escrito, siempre tan extraño (teclear con un desconocido suele ser abismantemente más cercano que hacerlo con el vecino de todos los días, a veces). Quedamos de vernos al otro día. Recuerdo también que me dijo que escribía, lo que automáticamente le creí, a pesar de sus faltas de ortografía, espantosas, dada la cantidad de autores citados de manera correcta. Yo le dije que también escribía, pero él por supuesto, no lo recordó la próxima vez que estuvimos en línea. Creo que desde esa primera vez, y hasta el día de hoy, las letras son el tema que nos une.
El primer encuentro, en la plaza Brasil, jamás ocurrió. Estaba destinado al fracaso, rotundamente, no sólo porque yo llegué tardísimo gracias a que ese día mi hermano ocupó despreocupadamente el baño, sino porque además, él llegó dos horas antes, confundido no sólo en la hora, sino también en el lugar. Yo dije plaza Brasil y él insiste (hasta el día de hoy) que era en Brasil con la Alameda. Estaba borracho aquel día, por supuesto yo no lo supe sino hasta varios días.
De ahí en más, nuestros contactos fueron en exclusiva por messenger y por mails. Yo partí explicándole las circunstancias de mi retraso, y luego él me contestó, y luego yo de nuevo y así. Un par de meses después, vino a mi casa y nos conocimos en persona. Hablamos, casi exclusivamente, de letras, nos mostramos lo que ambos escribíamos (al menos a mano, porque ya habíamos intercambiado varios escritos por internet), le hablé de Becca y los demás personajes, él se sorprendía de mi forma de tratarles, como si me fueran cercanos o muy queridos (y, la verdad, lo son).
Una vez, al presentarle a una de mis amigas, ella preguntó las circunstancias de nuestra amistad y yo dije algo como:
-Comenzamos una conversación acerca de la literatura que dura hasta el día de hoy...

En el transcurso de este año nos hemos hecho tan cercanos que me cuesta enormidad aceptar que es tan sólo un año lo que llevamos en este trance. Ha venido a mi casa, a alojarse, y yo también he dormido en su casa, varias veces. Hemos dejado el tema de la literatura a veces en esquinas o rincones y hemos sido simplemente amigos. Hemos caminado bajo la lluvia, y nos hemos perdido de todos los rumbos sensatos posibles. Ha conocido a parte de mis familias, la de la sangre y la de mis amigas. He conocido a su familia y a sus amigos que empiezan con E. Hemos caminado, sobretodo, por la ciudad que ambos amamos, aunque soy la única entusiasta en reconocerlo. A veces nos peleamos, nos decimos cosas espantosas por mail o por el Messenger. Lo he bloqueado de mi msn varias veces y siempre termino por aceptarlo nuevamente. Él me provoca, según él, por gusto, por reírse. Yo a veces lo provoco sin darme la menor cuenta.
Él insiste en decir que yo soy extraordinaria. Que soy genial. Yo digo de él cosas lindas, sobre todo de su alma que impregna todas sus acciones a ratos, sin que él se entere un carajo. Le explico que lleva un dragón fosforescente en su interior, que de pronto tira chispitas en sus escritos. Me gusta como escribe, sobre todo desde un tiempo a esta parte. No me importa que sea un resentido social o un inconformista o un tipo que lo encuentra todo mal, en todo ámbito de cosas, ni que diga que soy una optimista ingenua que siempre le encuentro el lado amable a las cosas y a las personas. Me encanta su voz, cuando se lee a sí mismo o cuando me lee pasajes enteros de Becca, con la voz de Alek, porque él tiene la voz de Alek, el amante de mi Becca tan querida. Puedo estar con él, compartiendo el silencio o hablando del tipo de porno que a ambos nos gusta ver, o de Volpi al que no hemos leído, o de Tolstoi, o de Stalker, la película de Tarkovski, que es de culto para mi amigo, y que aún no logro ver completa.
Me encanta su risa maldita y maleva, y al mismo tiempo infantil y profunda. Me encanta molestarlo, cuando viene a casa, con ciertos temas que ya me sé de memoria.
Hace apenas un año que lo conozco, y es como si le conociera desde siempre, desde hace muchísimos años. Como si hubiese sido mi mejor amigo en mi infancia, mi adolescencia y mi juventud. Me siento cómoda y completamente en paz, aligerada del peso del dolor de mi alma.
Hace apenas un año, que Dios, una vez más siendo grande conmigo (al igual que lo ha sido cada vez que me brinda un amigo) lo puso en mi camino.


domingo, octubre 22, 2006

Los negacionistas, el porno, Antonio y mi oscuro animal hambriento.

Nunca he sabido muy bien cuál es el límite entre un relato erótico y uno porno. En las páginas de internet que me salieron al poner “relatos eróticos” la mayoría estaban en una página donde se mostraban imágenes explícitamente sexuales, se anunciaban video-porno-chats con distintas señoritas, en fin, una vez más el triunfo de lo triple equis en la net. Encontré sólo una página en la que los relatos eróticos correspondían a una de tantas categorías a leer en línea, y en que el tema era simplemente la narrativa en general y en particular. Había otras páginas que eran exclusivamente de relatos eróticos, sólo letras y nada más y esas eran un poco un remanso, un oasis, dentro de tanta imagen cachonda que de tanto verlas, no sé, como que aburre.

Hace algún tiempo entré en el mundo de los negacionistas, a través justamente del mundo blogger. La cosa sucedió así: entré a mi blog, o revisaba el blog en conjunto, qué sé yo, y apreté el botoncito, el dichoso botoncito de next blog, y así, como cada tanto, comencé el viaje que nunca se sabe en qué va a terminar, ustedes ya saben, al menos, ya lo he dicho acá, lo extraño, retorcido y diverso que puede resultar el mundo de los que lo dicen todo a través de un blog.
Encontré un blog muy fome (es decir, aburrido) pero en que decía que el dueño del blog era editor de una revista literaria on line. Pinché el bendito link y empecé a leer. Me encontré con un cuento que me gustó algo más que un algo. Lo firmaba un tal Julián Molina, y salía un e-mail a su nombre. Le escribí, y me contestó. Eso ya era la gloria para mí, que me contesten los mails que mando a nombre de yo-su-humilde-lectora es algo que me pone muy contenta. O digámoslo de otra manera: nada me enoja más que alguien no me conteste un mail que yo le haya escrito para comentarle que le he leído. Bueno, el señor en cuestión vive en Bogotá, no se llamaba tal, y dijo ser poeta y no sólo poeta sino además dijo ser poeta negacionista. Dijo que los negacionistas son cuatro en total, todos bogotanos. En este minuto no tengo acceso a net, pero podría asegurar que esto lleva más de un mes, sí de hecho, lo lleva, porque recuerdo perfectamente que empezó una semana o poco más, antes de mi cumpleaños. Yo cumplo el 16 de septiembre, por si alguien se le ocurre mandarme un notebook para el próximo año. Bueno, también se aceptan especies o especias. Ya, y libros, sobretodo de Paul Auster. O, por último, dinero.

Bueno, los negacionistas... no me pidan que explique lo que es el Negacionismo porque es una trampa, una martingala, una paradoja imposible el sólo hecho de intentar plantear siquiera una definición o explicación de lo que es. Es como explicar el silencio en palabras, en cuanto lo intentas, lo rompes. De alguna manera, es un poco como los peces del abismo, esa metáfora mía, la del escondondrapio o profundoscopio. En cuanto tocan la superficie, los peces del abismo ya no son lo que eran y no tiene sentido buscar en ellos, los-peces-del-abismo-en-la-superficie la gracia y monstruosa belleza traslúcida que era lo que tanto nos atraía cuando era abisal su existencia.

Bueno ¿pero qué tienen que ver los negacionistas con esto de lo erótico o porno? Se preguntarán ustedes, supongo. El caso es el cuentito en cuestión del mi amigo negacionista (el mismo que me imaginaba con polera café y ahora visualizo con pelo muy largo y cara de simpático, de hermano menor o primo cercano, porque ya me envió unas fotos e increíblemente las pude ver, con lo tonta que soy para lo multimedia). Y otros cuentos o relatos, no sólo de él, mi amigo negacionista, si no de los otros negacionistas. El tenor de varios de estos relatos es lo erótico o, hum, no sé, porno.

Y ahí empiezo a machacarme con lo de la línea que separa lo erótico de lo porno. No sé. Me cuesta mucho la división entre una cosa y la otra. Supongo que lo porno es mucho más visual en sus descripciones, como discutíamos brevemente con el Anto, a propósito de la lectura de un relato hot recientemente escrito por mí en un ejercicio por explorar aquello. Sí, puede ser. Lo erótico suele estar más plagado de imágenes, de sensaciones, de significados asociados. Lo porno es más se lo metí, me lo comió, me pidió más, etc. Lo erótico es más como los diálogos con mi animalito lascivo y perverso. En fin, pero igual es difícil a veces la línea. Yo, para cierto cuento (cuento, que, ha de decirse, a mí me gusta mucho, y le tengo un afecto especial, enorme, a estas alturas ya, lo que me imposibilita su disección crítica) evité activamente nombrar los genitales, el sexo. Inevitablemente no pude evitar nombrar ciertas acciones pero siempre lo hice desde una metáfora, eufemismo si se quiere, o quizá una manera más amable de nombrar las cosas.

Luego de leer varios de los de este “hatajo” bogotano, me empezó a rondar la idea de escribir ese cuentito que comenté con mi amigo el Anto en las escasas veces en que nos pillamos en línea y no discutimos ni nos agarramos del moño.

Además, está el pequeño detalle que hoy es el cumpleaños de Migue, el marido de la Pom, gracias al cual, entre otras cosas, estoy escribiendo ahora en mi casa (el PC). Y resulta que él siempre queda con hambre de leerme, no le gusta el tono tan velado de mi erotismo. Quiere algo más duro, más de frentón porno, parece. Bueno, mezclando todo eso en la coctelera, salió el cuentito hot aquel, que, obvio, no está perfecto, aún, pero me parece que se va de regalo para el Migue. Digamos que lo escribí de un tirón, respetando las reglas de ese tipo de relatos, o sea, siendo bien visual, un poco misógina o más bien misógino (el narrador es un hombre y como últimamente me junto o me escribo con tanto misógino...), eso.

El tema es que me quedó gustando hacerlo, quizá escriba un par más, para el pobre Anto. Lo de pobre es un guiño, la verdad. Ayer, en línea, hablamos un poco más de lo mismo, el hambre eterna (¿está bien dicha el hambre eterna? Si es “el” hambre, debiera ser eterno, pero suena espantoso el hambre eterno, o la hambre eterna) que nos consume de a ratos. Pienso en mi animalito, el que me habita en mi centro húmedo y a ratos ocupa todo mi cuerpo. Pienso en cómo éste puede estar adormecido por largo rato y de pronto imagino que lo que le pasa al Anto tiene que ver con despertar ese animalito en ella. O, no sé, quizá haya mujeres que no tengan ese animalito, no más, pero lo dudo. Es tan raro eso, en verdad, al menos acá en Chile, cómo las mujeres se hacen dueñas de su deseo y de su placer. Hay siglos de colonialismo infiltrados hasta la médula. Y hay como una moda en hablar de la liberación de las mujeres en ese aspecto, que yo siento profundamente falsa. Es raro, el sexo lo ocupa todo en los avisos comerciales, es el principal gancho para vender desde autos hasta cerveza (tal cual la canción de Los prisioneros: el mejor gancho comercial), abunda en la red, en fin, todo refiere al sexo, por allá y por acá surgen gurús y libros que lo explican y diseccionan. Y sin embargo, y quizá por lo mismo, hay una tremenda insatisfacción sexual latente en todas partes. Quizá se le pida demasiado al sexo, quizá se lo viva desde otros lados, desde la exigencia de corresponder a un modelo o algo por ahí. Yo creo que es esto último, y creo también en la desnaturalización del sexo como algo simple, natural, en definitiva bastante animal. Un trámite entre dos que quieren lo mismo: placer. El resto es enredarse, pelearse con lo que se es, buscarle la quinta pata al gato, pedir o exigir demasiado.

Ufff otro día sigo con esta paja. Literalmente. Y feliz cumple a Migue, aunque no me lea.

miércoles, octubre 18, 2006

volver a escribir / feliz cumpleaños Etxe

Volver a escribir, por fin, casi de regalo de cumpleaños para mi dulce amigo, a quien le conozco todos los secretos, al menos le conozco varios que sé que nadie más sabe de él. Y yo misma, cumpliendo años, acá, lejos de las letras, lejos de todo, sintiéndome desterrada del sonido más cómodo y mío, el del teclear incesante, aquel que me hace sentir en mi piel, en mi territorio, la casa a solas y en silencio, y yo frente al teclado de nuevo.
Cómo me cuesta estar sin escribir. Cómo me enfermo sin las letras... ahora lo noto, todo lo que me he alejado, todo lo que he estado sin esto que es casi lo único que de verdad me llena, mi pasión, mi vida, estar con la palabra.
Ellos, allá en Bogotá (al menos él, allá, en Bogotá) insisten en decir que la palabra es un lugar vacío y qué manera de estar en desacuerdo, qué manera. La palabra no es un lugar vacío, o mejor dicho hay tantas metáforas para desvestir a la palabra y explicarla, tantas otras, que decir de ella que es un lugar vacío no me parece. Será que yo no desmiento jamás cierta formación académica, o que simplemente no me creo la fácil salida de nombrarla lugar vacío, porque quizá sea demasiado complejo o arriesgado decir más cosas de ella. Él me dice si acaso la palabra beso es mejor que un beso, o algo por ahí. Cada cierto rato me dicen cosas así, enfermas de ingenuas. Yo sé que las palabras pueden acariciar, seducir, lubricar, enfurecer y hasta sacar de sí. Si lo hacen, si tocan el cuerpo (estoy de acuerdo con Maturana en que las palabras tocan el cuerpo), no lo hacen desde un lugar vacío, sino desde un profundo insondable.
La palabra no es un lugar vacío, casi todas las palabras vienen de otras palabras, o si no, son tan antiguas en su origen que llamar “vacío” al lugar que ocupan (porque es posible que concuerde en que la palabra es, de alguna forma, un lugar) es negar de un plumazo lo que somos, malamente explicado o no explicado de frentón. Lo que sea que somos, lo somos desde que nos acompaña la palabra. No pretendo decir que seamos sólo la palabra, pero bastante de lo que somos, va con la palabra. Tanto así que no consideramos enteramente humano a quien se ha criado en ausencia de palabras, los niños de la selva, niños-lobo o como quiera que se les nombre, no pasaron por la palabra y en efecto, no nos parecen humanos. Somos lo que somos gracias a que un día, hace más o menos diez mil años (las fechas varían) empezamos a coordinarnos, a amarnos, a pelearnos, a alimentarnos no sólo con gestos y sonidos guturales, sino con el código que luego fue dando forma a los idiomas.
La palabra había nacido y sin darnos cuenta, nos habíamos hecho a nosotros mismos en el trámite.
No, no es un lugar vacío, la palabra es la comparación entre el mundo y lo que queremos decir al decir mundo. La palabra es una cuerda tendida hacia las cosas y hacia otros, incluídos nosotros mismos.
No me vengan a joder a la palabra, que todos los que escriben, lo hacen por y para ella, gracias a ella. Y si esto se lee también allá en la fría y alta Bogotá es porque la palabrita ha hecho su trabajo. Peléense con otros conceptos pero no se metan con la palabra, eso es cosa complicada. O sea, si se van a meter con la palabra, háganlo con condón y bien advertidos, que aún así, corren gran riesgo (ahí tienen el triste caso de mi amigo Nadie, ex Etxe, anterior Nadie). No hay lavativa que salve, no hay vacuna que nos inmunice, no hay tu tía. La palabra es cosa seria y yo, humildemente, la respeto, válgame que si no.
Eso sería, más o menos, para empezar. Lamento tener tanto sueño (un asunto de ponerme a hacer churros en la madrugada, todo por el amor a un niño que ni siquiera es mi hijo). Aunque pensándolo mejor, no, no lamento esto de tener sueño. Con sueño me pongo atrevida, cruzo ciertas barreras que antes no cruzaba, y sé que esto ha de llegar a Bogotá también, donde mi querido colega negacionista, poeta porfiado de paladar exigente, al que apenas imagino joven, con una camiseta café (marrón, para no pelear con el resto del idioma). Ni idea porqué lo de la camiseta, pero me lo imagino con camiseta café (acá en Chile decimos polera, pero nadie nos entiende un carajo cuando de ropas se trata, así que camiseta supongo que dejará tranquilo a todos acá y en el resto del idioma), más bien flaco y con cara de crápula, de susto y de piedad al mismo tiempo, es decir con cara-de-poeta.
Para la otra, ya con PC en casa, podré escribir algo más decentito.

Feliz cumpleaños a mi amigo, un poco tarde, pero igual feliz cumpleaños, amigo Nadie-Etxe. Te quiero mucho, y por lo pronto, estas líneas son todo mi regalo para vos. Bueno, no es mucho, es lo que hay.

Como se ve, no estaba muerta, sólo un poco de parranda (más bien demasiado pobre).
Agur.