lunes, septiembre 28, 2009

amarillo

Escribo Amarillo, que es sobre los días amarillos, los días del Caco y yo, juntos, amándonos con tanto miedo, con tanto riesgo.

Escribo: los días eran amarillos porque eran tiempos de luz granular, que se partía en miles de granos que a su vez, se volvían a partir, y así, la luz era inmensa, amarilla, costaba dormir luego que el sol se levantaba lanzando sus granitos sobre nosotros.

Y escribí: nos separamos, más bien yo lo dejé, lo dejé, pero él no me dejó, nos encontramos siendo amantes sin sábanas; por falta de oportunidad o por falta de coraje, o quizá por un dejo de decencia no me volví a acostar con él, además, él se emparejó con ella, la Pito, y se puso serio, y hasta se enamoró, y diría que fue feliz, pero sin embargo, cuando nos encontrábamos a solas aún salían chispas de las chispas del sol, la luz granular y los días volvían a ser amarillos.

Y así, muchos años, muchos, él hablando maravillas de mí, yo haciendo un culto de él, mis amigas celebrando mi celebridad (andar con él era como andar con el Ché, o el subcomandante Marcos), la vida seguía y nosotros, desde orillas distintas, nos saludábamos, eventualmente, a veces compartíamos un cigarrillo (tabaco o mariguana o ambos), un café, un desayuno, un trago de cerveza.

Y de pronto estoy desnuda, él en mi cama, me duele, me duele lo que él me hizo o me hace, no recuerdo ni sé muy bien cómo es que llegamos a estar desnudos en mi cama, pero estamos, y él enciende un cigarro, fumamos, y me relata una historia que le pasó en el baño del Di Memo, un tío que le hizo sexo oral luego de mirarle el miembro descaradamente, un pobre mariconcito que le hizo lo primero que le hizo un hombre, porque luego, mucho después, se lanzó a la vida loca, cuando se descubrió homosexual, pero esa es otra historia, la que lo mató por borracho y caliente, o quizá lo mató la vida, porque era demasiado para esta vida, este Caco.

Y de eso escribo, y me desespero de pensar que quiero poner todo esto en mi blog, pero no tengo cómo sacarlo del computador infectado de virus, y no cualquier virus, es el más pérfido, el más tenaz, el más mortal, así que le escribo a ella, le digo, escribí, escribí, y quiero ponerlo en el blog, y termino re-escribiéndolo, lo que es decir, escribirlo de nuevo, de cero, con pequeños atisbos de los días amarillos, recordando la luz granular que se parte en más.

martes, septiembre 22, 2009

la patria-palabra

Ah, qué difícil escribir luego de leerle el blog a Larry Mejía, con su viaje de regreso a Colombia, aún allá en Caracas sufriendo lo indecible, no sólo saudade (nosotros sufrimos saudade crónica), sino una constante desadaptación a costumbres, falta de dinero, falta de agua, Larry, hermano, ¿cómo ayudarte?

Es difícil escribir, cuando uno se lo toma así el escribir, no como antes, que era en libertad, en completa identidad, ahora miro la palabra como es, desnuda y amenazante, fragante a herida recién hecha, sangrante, abierta. La palabra es nuestra patria, nuestra única patria, dijo Larry, dije yo, dijeron tantos, es cierto, vivimos en la palabra, somos palabra y casi nada más, la palabra es nuestro puerto y nuestro naufragio, nuestro alimento, nuestra sal, nuestra miel, nuestro norte, sur, centro. El lugar del que jamás salimos, la palabra.

Y es bello hablarlo con Larry desde Venezuela (¿qué coño haces allá, man?), en nuestro español mestizo, nacido de la espada y del maíz, de la cruz y del zapallo, la palabra acá es morena, tiene ojos enormes que miran con recelo, cuando no con resentimiento, es morena la palabra, aunque nosotros seamos blancos y desabridos, llevamos la piel morena por dentro, y con “se me van los pies”, no sólo se nos van los pies sino la cintura, la cadera, y los hombros, también, todo se nos va en ese ritmo desde Perú, con Mama África enlazada desde siempre en sus morenos labios.

Larry desde Venezuela sin agua (traté de mandarle una par de nubes, pero no se pudo, las nubes se me llovieron antes de salir de Santiago conmovidas por la capa de smog que nos asfixia ahogando los juegos de nuestros párvulos y dando una mala agonía a nuestros abuelos). Yo desde Santiago, con amor a raudales, deseada, deseando, amando con un poco más de relajo que antes, en una burbuja de paz en la cervecería nuestra con Etxe, paseando por la Moneda con Los Jaivas cantando Sube a nacer conmigo hermano, en mi barrio, en mi casa, mi cama, un bus rural, un tren, un paisaje en Paine, la soledad del campo acogiendo nuestros besos.

Y Larry, siempre ahí para mí contestando mis mails de inmediato y acogiendo mi ansiedad, haciéndome sentir menos bicha rara con sus comentarios, qué bueno que existes, Larry, hermano, qué bueno que eres generoso, y qué mal que estés en esas condiciones, pero bueno, algo bueno sale de todo esto, tu blog florece en primavera, se llena de cogollos, de brotes, de frutos tempraneros, yo acá saco banderas para celebrar que se fue el invierno y su muerte, y sus cinco grados bajo cero (y yo sin ella, sin tener cómo abrazar su fría piel sedienta de mi calor), el invierno y sus interminables días de lluvia, lluvia helada, encima, porque podría ser como en el sur, que llueve tibio (¿o es que hace tanto frío que por contraste uno siente las gotas tibias?). Se fue el invierno, menos mal, llega la primavera:
«…Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente.
porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra…”

Llega la primavera, y no es maldita esta vez, los gatos se aman a desgarradores maullidos sobre mi techo, rodando enervantes sobre mi descanso y mi amor, todo huele a septiembre, el aire se llena de volantines, y mi alma se eleva por el continente y una punta toca Larry, donde sea que se encuentre, y espera que le haga el favor de comentarme el blog (me lo debe, man).

Y por acá comienzan los festejos por nuestro bicentenario (qué nación más joven somos, apenitas doscientos años, qué vergüenza frente a los europeos, que arrastran consigo miles de años de cultura), y el festejo es popular, en la casa de gobierno, con artistas que sentimos de todos, con canto, con baile, con vino, con payas, con el alma limpia y fresca.

En un instante, más actualización a este blog.

Gracias por leerme.

Quedo suya, hasta siempre.

La que escribe.

lunes, septiembre 07, 2009

Chinoy.


La convocatoria era de Manuel García, y otros, Camila Moreno incluida. La idea era reunirse en torno a lo mapuche: protestar por el trato hacia los dirigentes mapuche, juntar dinero y alimentos para los niños mapuche.
Yo sólo sabía que iba a cantar Chinoy, y que desde hace meses que lo quería ver en compañía de mi Etxe, ojalá con Verita también, para que se conocieran entre ellos y tener a mis dos amores reunidos por fin.
Llegamos con Etxe de los primeros, consultamos al guardia del cerro que nos dijo que subiéramos. Subimos pero no llegamos a nada, es decir llegamos pero no había nada, ni llegaba nadie más. Luego fueron llegando, a pie la mayoría, otros en auto, las chicas todas naturales, pelos lacios o ensortijados, con lanas, bototos, los hombres de negro, abrigados todos, en torno a los paraguas exigidos más que nunca.
Ya era la hora, y no se sabía nada, se asumía que no iba a hacerse, que seguro la lluvia lo echó abajo. Empezamos a conversar con los demás, todos estábamos en lo mismo, ninguno quería renunciar a la posibilidad de verlos, de escucharlos.
Entonces apareció. Una camioneta blanca, con tres tipos encima. Bajo la lluvia que en ese minuto caía con fuerza. Y eran ellos, los lindos. Venían bajo la lluvia, con sus guitarras, su cuatro, su bombo. Manuel García dijo: hay concierto, y antes se hará un ritual mapuche. Nos volvió el alma al cuerpo.
Yo ya estaba empapada, los pies me rezumaban, el viento me cortaba la cara, tiritaba a ratos pero no aflojaba en mi afán por escuchar, sobre todo a Chinoy. En persona, directamente, a un metro de mí, humilde y quitado de bulla, uno no se puede creer que ese menudo cuerpo contenga a tan feroz animal poético, al nuevo trovador chileno, es como imaginar que en un átomo quepa tanta energía, pero así es. Él es Chinoy, el que anda con la guitarra en ese estuche duro, el que anda con esa chaqueta fashion, y esos bluyines ajustados a sus piernas delgadas.
El ritual mapuche fue mágico, lo que es ser redundante, para mí todo lo mapuche lo es, partiendo por el mapuduzún. El agua caía con más fuerza cuando el machi decía ciertas palabras, la naturaleza entendía su lenguaje ancestral, y nosotros íbamos girando a la izquierda saludando los cuatro puntos cardinales.
Luego pasamos al concierto, a plena lluvia, plena, plena lluvia. Empezó Manuel. Mientras, unos pocos se afanaban en prender una fogata, Etxe se reía de sus intentos “¿fuego bajo la lluvia? Jamás”. Pero sí, si fue, se encendió una inmensa fogata en el centro, mientras Manuel cantaba junto a nuestras voces Témpera. Luego vino él. Chinoy empezó de inmediato con esa voz tan única, exigida, casi punk, totalmente marca personal e intransferible. Y qué decir de las letras. No dejaba de sorprenderme la cantidad de gente, éramos pocos al principio pero fuimos creciendo, alrededor del fuego eran tres vueltas por lo menos, al menos 100, todos escuchando de primera mano todo.
Camila Moreno era quizá la más entusiasta, la que más cantó sin paraguas, encorvada sobre la guitarra sacándole notas y rasgueos increíbles al instrumento. Camila, Manuel, Chinoy, y al final una chica llamada Fabiola que tocó “un rap con guitarra”.
Manuel y Camila tocaron canciones nuevas, Manuel a capella, con nuestras palmas apoyándole, Camila con guitarra. Artistas sencillos de música nada de sencilla, con entrega inconmensurable al momento único que se formó entre los que asistimos.
Van a pasar los años y no lo olvidaré, jamás. No creo que ninguno de los que fuimos, incluyendo a los artistas, lo olvide. Yo estuve ahí, fue como estar viendo a la Violeta Parra, como viendo a Víctor en vivo y directo, como lo hicieron aquellos privilegiados en esos años mágicos en que Chile se soñaba con guitarra campesina y proletaria.
Luego la despedida, hora y media luego de empezar a empaparnos, fue con Víctor Jara, Amanda corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel…
Es tan lindo que me esfuerzo por explicarlo, y no me alcanza la palabra. Lo escribo porque no me cabe en el pecho, como casi todo lo que escribo. Cómo me hubiese gustado que hubieran estado ustedes ahí, conmigo y Etxe, mojándose del agua y mojándose del canto, Canto Nuevo-Nuevo, maravilloso, chileno, nuestro.