jueves, febrero 07, 2008

Óscar Hahn

Lo primero que le leí, y hace un montón de años, fue La sábana de arriba. De ahí en más, le fui leyendo de a poco, cada vez que me caía algo de él en mis manos. Luego me encontré con la reseña de su Antología virtual[1], reeditada el 2004, en el diario del domingo. De vez en cuando, escuchaba comentarios sobre él, o derechamente, alguno de sus poemas en el programa de Warnkern[2]. La cosa es que me sentía profundamente en deuda con Hahn. Traté de comprarlo en librerías de viejo, pero los precios con que me lo vendían me parecían excesivos. “No es libro usado, es nuevo, de la Editorial”, alegaba mi librero. Yo no reclamaba el precio, jamás lo hago, para mí los libros tienen un valor difícil de poner en un precio. Reclamaba que no tenía ese dinero ahí frente al libro. Pasaba cada tanto, a ver si se conmovía y me lo rebajaba, pero no, el librero no cejó jamás.
Pero en la feria del libro del parque forestal lo encontré, lo volví a encontrar. Y a un precio ridículo. Menos de la mitad de lo que me cobraba el librero aquel. Justo lo que tenía en mis bolsillos. Ni siquiera lo pensé; lo compré y ahora lo tengo conmigo. Cada tanto lo tomo y le leo algunos poemas. Estuve con una amiga, a la que le leí La sábana de arriba, y también el Soneto manco, que alguien, alguna vez, me nombró en línea, en tiempos en que aún nos comunicábamos. No hubo caso. No logré entenderlo. Pero me perturbó lo mismo. A Etxe algo le leí, también. Esos mismos y otros pocos más, pero no en el momento adecuado, me parece a mí. A Hahn hay que leerlo en un estado no alterado de conciencia. Hay que leerlo lúcido y con el alma despejada.
Me encanta tener conmigo a Óscar Hahn, sentirlo conmigo, dispuesto a, en cualquier momento dejarme en éxtasis melancólico o en otros estados difíciles de definir, por ejemplo, lo que me pasa cuando leo ¿Porqué escribe usted? que de alguna manera me lleva al mismo lugar en que me deja Porque escribí de Lihn. Ambos poemas me dejan húmedos los ojos y el alma.
Casi me muero cuando leí la última parte, Flor de enamorados. Los que me conocen un poco más saben de mi debilidad por los romances antiguos, como los antologados por Dámaso Alonso en su Romancero Español, libro que descubriera con horror que mi madre quería regalar o derechamente botar a la basura. No me deshago de ese romancero bajo ningún motivo, ¿cómo, si no, he de suspirar y llenarme de un gozo simple y redondo? Serán romances antiguos pero no han perdido su frescura, alego mientras una vez más encolo su lomo para fijarlo al cuerpo del libro (lo hice mal, lo pegué de atrás para adelante, qué más da, es la tercera vez que lo encolo, y lo peor es que ahora sí que quedó fijado más o menos permanentemente). El libro de Alonso lo he visto en librerías de viejos (libros usados) a la mitad de un euro, un chiste. No importa que lo vendan a esa ridiculez, que nadie o casi nadie lo lea como yo, me da lo mismo. Óscar Hahn hizo un viaje parecido: “trascripciones y reescrituras a partir del cancionero anónimo medieval Flor de enamorados, publicado en Barcelona por la Casa Claudi Bornat en 1562”. Me sentí feliz. Era un plus, algo que no esperaba, conocía muy poco de Hahn, y lo poco que conocía no iba por ese lado.
Ahora lo tengo para siempre conmigo y no lo presto ni cagando. Feliz presto a Bolaño, me siento en deber moral de hacerlo incluso. Pero Hahn es de esos pocos, escasos libros, que tengo conmigo y que bajo ningún punto de vista soltaré de mi vida, jamás. Nunca pienso cansarme de él, nunca terminaré de extasiarme en su sabio bucear en la palabra.
Ni idea qué es la poesía, Etxe. No te lo puedo decir, no soy tan patuda como para definirla. Por ahora, puedo decir sin duda alguna que lo que hace Hahn es poesía, y es de la poesía que a mí más me gusta. Con eso es suficiente, más que suficiente, me parece a mí.

[1] La Antología virtual fue editada por primera vez en 1996, y reeditada en 2004 en la colección Poetas Chilenos Tierra Firme, por el Fondo de Cultura Económica, Santiago de Chile. Dicha colección incluye, entre otros poetas, a Gonzalo Rojas, Jorge Teillier, y Enrique Lihn.

[2] La belleza de pensar, de canal trece. Hace relativamente poco tiempo Warnkern pasó, con el formato del programa y todo, a TVN, con el nombre Una belleza nueva. Canal trece mantuvo el nombre del programa y el formato de Warnkern, pero con un equipo de entrevistadores que hacen valorar aún más al susodicho. Hay, al menos, un tío argentino gordísimo, que estaba poco menos que echado sobre la misma mesa de vidrio característica de ambos programas y que hablaba todo el rato como si le diera flojera pensar, interrumpía y hablaba más que el entrevistado, en fin, un duro contraste. Algunos programas de Warnkern me son especialmente valiosos, por ejemplo, donde entrevista a Francisco Varela (sólo le pude ver un pedacito) y el mítico (y a estas alturas, de culto) donde entrevista a Roberto Bolaño (que nunca he visto, aunque me lo han contado). Pero no sólo ha entrevistado a chilenos top, lo ha hecho con todo tipo de intelectuales, escritores y artistas del mundo. Lo pongo acá confiada en la posibilidad de la internet, a ver si ustedes, que tienen net a destajo, logran encontrar algo de lo que yo considero el mejor programa de la televisión abierta en Chile.