miércoles, diciembre 30, 2009

la risa, el ser, Baldur, y se nos fue el año.

Me acaba de decir mi futuro ex jefe que nunca había trabajado con alguien que se riera como yo con esa risa viciosa, engañadora, multiplicadora e incontenible. Yo con mi sobrina me río hasta que me duelen los músculos abdominales, es mi único ejercicio en que los pongo en práctica, creo, bueno, quizá cuando hago el amor los use para algo, pero no me duele el cuerpo como cuando me pego esas maratones de risa endorfínica. Reírse es como una droga, te ríes y te ríes y te emborrachas de tu propia risa, embriagas al resto de las personas que contigo están, te ríes y el mundo entero ríe por un momento. Con mis mejores amigas me río, con mis amigos, con mi hijo, me río hasta que quedamos exhaustos, lo mismo con mi madre. Me río mientras escribo esto de acordarme de los motivos de la risa con mi hijo y madre: en general, de nada, de cualquier cosa nos podemos enganchar en el maravilloso y misterioso país de la risa.

Ese país es eterno en mí, conozco sus estaciones y sus puertos, sus casas y habitantes. Me he llegado a mear de la risa. Con mis amigas más intelectuales uso el humor así, elevado e intelectual, profundo y sabio. Con el resto de la gente uso el humor a secas, reírse de un nombre de calle, de un truco con las palabras, de lo que sea, de lo que venga, de mí misma, sobre todo me río de mí misma. Creo que la gente que no sabe reírse de mí misma es gente definitivamente obtusa. Gente que no aprende o aprende puras estupideces prácticas, económicas, políticas. Imbecilidades. Yo en cambio, me río de mi falta de dignidad en el amor, de mi definitiva falta de concentración (en la oficina me retan porque hago sonar la alarma a cada tanto, yo no le veo nada, nada de aporte a la alarma pero ellos, tan serios, se juntan y me dicen que debo concentrarme más, que no puedo ser tan dispersa). Yo soy dispersa, gordita, apasionada, y de todo eso me río. Me río de mi poca paciencia con mi hijo, de lo mala que soy con él a veces, de lo floja de mi sobrina (pasará todo el verano en piyama excepto cuando salga, que es cuando se baña, perfuma y viste como adolescente normal). Me río de muchas cosas, la mayoría de las cuales yo misma genero, como los “apú” con mi hijo que no sé porqué, nos dan ataques de risa a ambos, y a nadie más.

Me río con Baldur, ah, con Baldur sí que me río, pero esa debiera de ser una entrada nueva en este blog. Hablar de Baldur es hablar de otra cosa, de una dimensión distinta de mí, yo me junto con Julius, que es Bascur, hasta que le digo Baldur y empieza la maravilla. Baldur es la puerta a un montón de cosas. Por sobre todo a la liviandad del ser. El ser es liviano cuando se encumbra en la risa. La risa lo hace elevarse, le quita peso, el ser entra de lleno a la totalidad de la mano de unas buenas carcajadas.

Ya dije, de Baldur hablo otro día. Es un buen desafío intentarlo. Y del ser, también, otro día. Y del existencialismo de la risa, y de todas las pavadas que se me vengan en gana, pero eso será ya el próximo año. Por ahora entierro este año sin la menor de las penas, se fue el año, no más, y qué tanto, fue un año bueno para mí y mi hijo en muchas cosas, y malo para otras, fue el año en que me decidí a amar sin tantas vueltas, total, amar se me da natural, y da lo mismo para dónde se me va el deseo, me merezco amar y ser tocada hasta la médula.

Amigos, amigos. Les dejo. Hasta el próximo año. Hasta la próxima entrada. Hasta entonces, quedo siempre, siempre

Suya

La que escribe.


jueves, diciembre 24, 2009

Navidad

Llevo muchas navidades en el cuerpo, pero esta es la primera, desde que fui madre, que no estaré con mi hijo. Eso, y otras circunstancias especiales me ponen sensible y de cualquier nada me caen unas lágrimas.

Ayer llegué a mi iglesia con ganas de rezar, cantar y tener buena onda, pero no hice nada más que la primera cosa, pues me seleccionaron para la misa del domingo, así que hube de quedarme a una reunión larga y agotadora, donde leí mal, no sé, apurada, y me criticaron y dije, no se preocupen, he de leer bien cuando llegue el momento. Para peor, antes de entrar a la reunión me peleé con una hermana del movimiento, porque no paraba de decirme que estoy gorda (lo que es cierto). En Chile no se acostumbra a ser asertivo, así que por lo general una es considerada una pesada. Ya estaba demasiado agotada, la verdad.

Así que la primera lectura del domingo la hago yo. Es extraño, fui a buscar energía y sentí que la energía la entregaba yo a esta futura misa. Y sin embargo, por disciplina o por lo que sea, me cuesta decir que no, sobre todo si me piden eso, participar de una misa, al Señor no le puedo decir que no, no puedo no más, justo ahí donde antes no había más que confusión y cero energía surgió la energía suficiente como para armar el panorama de lo que haremos el domingo junto con la gente.

Ya en casa, agotada, extrañando a mi hijo, me puse a pensar en los arbolitos de Navidad que he armado y desarmado, en las navidades pasadas, de cuando era niña, me invadió la nostalgia, pero es una nostalgia buena, difícil de explicar. Siento que esas navidades pasadas cuando niña las llevo adentro de mi corazón, guardadas envueltas en un paño húmedo (húmedo de lágrimas frescas, las que he vertido últimamente al añorar la cabecita pelucona de mi chicoco sobre mi pecho, suspirando y diciéndome con su voz especial “mita, mita”). Recupero esos recuerdos húmedos y la maravilla vivida vuelve a sentirse.

Recuerdo el arbolito de Navidad, el primero que tuvimos. Era de un material extraño, tieso, envueltas las ramas en una especie de follaje verde imitación pino, y la verdad ya no recuerdo más, porque pronto fue reemplazado por otro, plástico, canadiense, que tenía una estructura de plástico más densa y sobre ella se montaban una a una, unas hojitas verdes, como de coníferas. Recuerdo haber estado horas en el pasillo frente de mi dormitorio enchufando esas hojitas en esas ramas, una tras otra, hojita tras hojita, enchufa que te enchufa, hasta que me cansé y ya era hora del té (a las 5 exactas).

Luego las ramas se armaban en el armazón, y se ponía el árbol en el lugar asignado, un lugar de honor, y se procedía a adornarlo. Esto era lo más mágico, lo que aceleraba mi corazón a mil, lo que hasta el día de hoy quisiera reeditar pero no logro encontrar los adornos justos. Eran de esos de vidrio soplado ¿los recuerdan? Eran de vidrio soplado, coloreados con colores metálicos, un cisne rosa, estrellas doradas, incluso había uno trasparente, y eran una verdadera pieza de arte. Todos los años se rompía uno. Se hacía añicos en el piso, dejando un polvo brillante y algunas lágrimas mías sembradas alrededor.

Mis hermanos y yo éramos felices y libres, esperando la noche mágica. La cena era una cosa aparte, mi madre ponía el mantel blanco, blanco perla, y copas que sólo se usaban esa noche y la del año nuevo. Carne mechada, a la cacerola, ensalada de papas, arroz, bebidas. Y luego pan de pascua, uno exquisito que hacía mi madre, como casi todo lo dulce que yo comí en mi infancia, receta que he rescatado y de la que sólo recuerdo que llevaba dos cucharadas de vinagre blanco, que ni idea para qué aportaba.

Yo no hago pan de pascua, no al menos esta Navidad. Hice galletas, la receta es mía, es decir, es inventada por mí, a partir de una tarde de invierno en que se me ocurrió hacerlas y glasearlas.
Lo mejor de esos recuerdos de Navidad es que mi padre está ahí, eternamente feliz, sonrosado comiendo, riéndose, abrazándonos, junto al árbol, junto a mí con mi corazón chirriante de felicidad. Mi padre será siempre Navidad para mí.
Que la luz de la estrella de Belén les ilumine, amigos amados.
Desde Chile les abrazo con mucho amor. Gracias por leerme.

lunes, diciembre 21, 2009

he vuelto, creo.

Chicos, tengo internet en casa, qué maravilla ¿no? Y puedo dedicarlo un tiempo más largo a escribir mi blog, aparte de ver series gay en youtube, por ejemplo El cor de la ciutat, que aparte incrementa mis niveles de catalán, lengua que por demás, se parece al castellano tanto como el portugués, es decir, no se entiende un carajo.


Me encanta esa serie, me gusta cómo se entrecruza la vida, cómo se complican, pero sobre todo me gusta cómo muestran el amor entre hombres bien hombres, esos besos contenidos o desatados, el amor gay siempre me ha llamado la atención, ya lo saben, y me es escaso de ver como me gusta a mí.


Bueno, he estado haciendo mis famosas galletas Pigú (yo me llamo, entre muchos otros nombres, Pigú, y no tiene nada que ver con los cerdos en inglés). Las corto con diseño navideño, las pinto con glasé, las vendo, las como, y veo cómo las come mi hijo. Mi pequeño ha crecido, es largo, y aún quiere dormir conmigo, se me abraza en las mañanas, pega su cabeza a mi pecho y ese gesto revienta en mí un millón de burbujas de ternura. Mi hijo crece, ya es adolescente o casi, ya no quiere que lo vea desnudo, se cubre con pudor, pero aun quiere que entre al baño cuando se ducha para que conversemos.


Todo eso pasa, y yo sin saber de Antonio ni de Xavier, sin ver a mi amor, o viéndola muy poco, el día pasa, los días pasan sobre mí y sólo puedo decir: he hecho galletas, y leí 2666 de Bolaño y lloré, y me horroricé, y quedé manchada de sangre femenina, de huesos hioides fracturados (principal causa de esas muertes en Santa Teresa), de pezones arrancados, de pechos cercenados, de todo el horror que Roberto le puso a esas páginas y que aún me atenazan de terror. También quedé atravesada del gigante alemán que no era nada y de pronto escribió (porque escribí porque escribí estoy vivo) y fue como volver a caminar sobre el fondo del mar (ah, el fondo del mar, los peces del abismo, algún día yo escribiré esa novela). El gigante alemán que tuvo que empuñar un arma, esconderse en buhardillas que se caían a pedazos, el que amó a una loca que lo amó primero, el que vivió un diario que no escribió, pero que fue el principio de su escribir, de su eterno deambular por libros que inflamaron a los cuatro amigos con quienes parte y de alguna manera termina el libro. Y quién iba a pensar que a las finales eran parientes. Lo son, y es una metáfora de cómo estamos relacionados todos, somos producto de una misma mezcla, una cosa maravillosa, humana, asesina y angelical al mismo tiempo, todo lo que somos está emparentado como un sobrino y su tío que nunca se conocieron y sin embargo se intuyen en los gestos propios, en el porte de gigante, las manos enormes quitándole la vida a la única muerta que dejó lo suficiente para inculparlo.


Salgo con Etxe y me encuentro a alguien que difícilmente reconozco, con argumentos cagones, sangrones, con una forma de amar que me da pena, prefiero ser infiel, o ser libre en el amor, a estar pensando que tengo seguro el amor de alguien, yo no tengo a nadie seguro, yo sí, yo soy de una, de una sola, aunque me toquen otros, soy de una, y la extraño mucho y me duele no disponer de mi tiempo a mis anchas para correr adonde sea que ella esté, por fin abrazarla.
¿Qué más? Ya dije, no he sabido nada de Xavier. Nada, ni sé si está vivo, qué macabro pensárselo así, pero si muere allá en Uruguay (que para Antonio me queda cerca, casi al lado, un subirse y bajarse del avión, pero para mí es lejos, muy lejos) no tengo cómo saberlo.


De Antonio, nada tampoco, pero con Anto me es más normal, y al mismo tiempo más doloroso, seguro que resurge diciendo, he estado ocupadísimo nena, bonita, pero acá estoy, y felices fiestas. Felices fiestas, seguro, amigo, bonito, pero por fa escríbele a la chilena, que se muere de saber de ti y tus hijos enormes, ya unos hombres, ya lejos, y muy pronto más cerca que nunca, Anto, bonito aparécete de una buena y condenada vez.

PD. me enamoré de dos o tres cosas, las fotografías de olas por dentro de Clark Little, el show de Juanelo (grande, Can), y las Dosis diarias de Alberto Montt. estos dos últimos son monos chilenos y me parto de la risa.

lunes, octubre 26, 2009

gente

la gente es rara, estamos claros en este punto. de partida, la gente habla de la gente y nunca se reconoce en ella. si hablamos de algún defecto de los chilenos, decimos: es que son muy sucios, la calle está llena de basura, la tiran por cualquier parte.

y ¿quienes son los que tiran basura por todas partes? pues, la gente. pero uno nunca dice "echamos la basura por cualquier lado", no, señores, uno jamás ha botado basura al suelo, jamás, en una carretera, menos que menos en un bus de transporte público. bueno, yo en serio no lo hago, tengo en mi mochila un bolsillo especial para la basura, le he enseñado a mi hijo que no tire basura, de hecho, él mismo la guarda en tal bolsillo.

ya.

la gente en los estadios es loca, desenfrenada, incluso delincuente. es cosa de mirar las imágenes que captan los noticieros, son verdaderas hordas paleolíticas tratando de imponerse frente al clan enemigo. bueno, yo no voy al estadio, justo por eso, o quizá porque es caro, y el fútbol en Chilito no es que digamos, brillante ni de alto vuelo.

a ver a la selección, iría quizá, pero ahí sí que sale caro, y en fin el trabajo, el hijo, los amantes, queda poco tiempo para ver fútbol en vivo, que me gustaría, pero es complicado.

la gente... tiene cosas muy malas, es cierto, pero es divertida, no sé, al menos en Chile, la gente es muy buena para la talla a flor de piel. talla es como un lance, no sé cómo describirlo, es un Think Fast, una respuesta verbal, al voleo, a una situación divertida o inusual. es una tentación demasiado grande no responder, no decirle algo a alguien, algo que nos hermana.

yo venía subiendo al metro, muy cansada, de la casa de Etxe, y me iba a sentar entre dos señores, les pedía permiso y uno nunca se corría para yo sentarme, bueno, me siento lo mismo, y justo el metro inicia su viaje, abruptamente quedo sentada sobre el señor que sí me estaba dando espacio para sentarme (el otro dormitaba sin enterarse de nada). sentada en sus piernas me vino un ataque de risa, pronto me recupero y me siento a su lado, pidiendo disculpas y riéndonos ambos del incidente. y ahí el caballero me dice "en todo caso, me han caído cosas peores encima".

la gente es divertida, buena para la talla, violenta, sucia, xenófona, etc. la gente es toda, entera, humana, y por tanto echamos sobre su concepto todo aquello que nos disgusta de la naturaleza humana, y así nos quedamos, como si nosotros mismos no fuésemos gente.

ah, pero la gente implica otro giro, otra semántica. la gente es lo correcto. sí, tal cual, lo correcto.
tráeme un sándwich como la gente. vístete como la gente. el concierto sonó como la gente.

cuando hablamos del estándar "como la gente" implica el mínimo de aprobación. si algo no es como la gente, es malo, mediocre, reprobable.

si es como la gente es, al menos, pasable, mínimamente aprobable.

incluso más, lo que es como la gente es bueno, correcto, adecuado. un clima como la gente, un escritor como la gente, una página web como la gente.

ah, y está también el concepto de "ser gente". que es como decir, decente. si alguien no es gente, pucha, es marginal, flaite (otro día me explayo en lo flaite que resulta ser como un cáncer en Chile a estas alturas), maleducado, inculto o grosero. ser gente implica saber comportarse como la gente (y aquí ambos conceptos hermanan). si alguien no es gente, simplemente no tiene valor como persona, como gente.

entonces la gente es lo peor, y sin embargo es lo correcto e incluso lo esperado socialmente. claro que ambos significados no se juntan jamás, quizá solo es estas reflexiones sin alcohol de mañana un día lunes lento, aunque como la gente, hay que decirlo.

y ustedes ¿son como la gente? ¿son gente?

¿o consideran que la gente es lo peor?

lunes, septiembre 28, 2009

amarillo

Escribo Amarillo, que es sobre los días amarillos, los días del Caco y yo, juntos, amándonos con tanto miedo, con tanto riesgo.

Escribo: los días eran amarillos porque eran tiempos de luz granular, que se partía en miles de granos que a su vez, se volvían a partir, y así, la luz era inmensa, amarilla, costaba dormir luego que el sol se levantaba lanzando sus granitos sobre nosotros.

Y escribí: nos separamos, más bien yo lo dejé, lo dejé, pero él no me dejó, nos encontramos siendo amantes sin sábanas; por falta de oportunidad o por falta de coraje, o quizá por un dejo de decencia no me volví a acostar con él, además, él se emparejó con ella, la Pito, y se puso serio, y hasta se enamoró, y diría que fue feliz, pero sin embargo, cuando nos encontrábamos a solas aún salían chispas de las chispas del sol, la luz granular y los días volvían a ser amarillos.

Y así, muchos años, muchos, él hablando maravillas de mí, yo haciendo un culto de él, mis amigas celebrando mi celebridad (andar con él era como andar con el Ché, o el subcomandante Marcos), la vida seguía y nosotros, desde orillas distintas, nos saludábamos, eventualmente, a veces compartíamos un cigarrillo (tabaco o mariguana o ambos), un café, un desayuno, un trago de cerveza.

Y de pronto estoy desnuda, él en mi cama, me duele, me duele lo que él me hizo o me hace, no recuerdo ni sé muy bien cómo es que llegamos a estar desnudos en mi cama, pero estamos, y él enciende un cigarro, fumamos, y me relata una historia que le pasó en el baño del Di Memo, un tío que le hizo sexo oral luego de mirarle el miembro descaradamente, un pobre mariconcito que le hizo lo primero que le hizo un hombre, porque luego, mucho después, se lanzó a la vida loca, cuando se descubrió homosexual, pero esa es otra historia, la que lo mató por borracho y caliente, o quizá lo mató la vida, porque era demasiado para esta vida, este Caco.

Y de eso escribo, y me desespero de pensar que quiero poner todo esto en mi blog, pero no tengo cómo sacarlo del computador infectado de virus, y no cualquier virus, es el más pérfido, el más tenaz, el más mortal, así que le escribo a ella, le digo, escribí, escribí, y quiero ponerlo en el blog, y termino re-escribiéndolo, lo que es decir, escribirlo de nuevo, de cero, con pequeños atisbos de los días amarillos, recordando la luz granular que se parte en más.

martes, septiembre 22, 2009

la patria-palabra

Ah, qué difícil escribir luego de leerle el blog a Larry Mejía, con su viaje de regreso a Colombia, aún allá en Caracas sufriendo lo indecible, no sólo saudade (nosotros sufrimos saudade crónica), sino una constante desadaptación a costumbres, falta de dinero, falta de agua, Larry, hermano, ¿cómo ayudarte?

Es difícil escribir, cuando uno se lo toma así el escribir, no como antes, que era en libertad, en completa identidad, ahora miro la palabra como es, desnuda y amenazante, fragante a herida recién hecha, sangrante, abierta. La palabra es nuestra patria, nuestra única patria, dijo Larry, dije yo, dijeron tantos, es cierto, vivimos en la palabra, somos palabra y casi nada más, la palabra es nuestro puerto y nuestro naufragio, nuestro alimento, nuestra sal, nuestra miel, nuestro norte, sur, centro. El lugar del que jamás salimos, la palabra.

Y es bello hablarlo con Larry desde Venezuela (¿qué coño haces allá, man?), en nuestro español mestizo, nacido de la espada y del maíz, de la cruz y del zapallo, la palabra acá es morena, tiene ojos enormes que miran con recelo, cuando no con resentimiento, es morena la palabra, aunque nosotros seamos blancos y desabridos, llevamos la piel morena por dentro, y con “se me van los pies”, no sólo se nos van los pies sino la cintura, la cadera, y los hombros, también, todo se nos va en ese ritmo desde Perú, con Mama África enlazada desde siempre en sus morenos labios.

Larry desde Venezuela sin agua (traté de mandarle una par de nubes, pero no se pudo, las nubes se me llovieron antes de salir de Santiago conmovidas por la capa de smog que nos asfixia ahogando los juegos de nuestros párvulos y dando una mala agonía a nuestros abuelos). Yo desde Santiago, con amor a raudales, deseada, deseando, amando con un poco más de relajo que antes, en una burbuja de paz en la cervecería nuestra con Etxe, paseando por la Moneda con Los Jaivas cantando Sube a nacer conmigo hermano, en mi barrio, en mi casa, mi cama, un bus rural, un tren, un paisaje en Paine, la soledad del campo acogiendo nuestros besos.

Y Larry, siempre ahí para mí contestando mis mails de inmediato y acogiendo mi ansiedad, haciéndome sentir menos bicha rara con sus comentarios, qué bueno que existes, Larry, hermano, qué bueno que eres generoso, y qué mal que estés en esas condiciones, pero bueno, algo bueno sale de todo esto, tu blog florece en primavera, se llena de cogollos, de brotes, de frutos tempraneros, yo acá saco banderas para celebrar que se fue el invierno y su muerte, y sus cinco grados bajo cero (y yo sin ella, sin tener cómo abrazar su fría piel sedienta de mi calor), el invierno y sus interminables días de lluvia, lluvia helada, encima, porque podría ser como en el sur, que llueve tibio (¿o es que hace tanto frío que por contraste uno siente las gotas tibias?). Se fue el invierno, menos mal, llega la primavera:
«…Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente.
porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra…”

Llega la primavera, y no es maldita esta vez, los gatos se aman a desgarradores maullidos sobre mi techo, rodando enervantes sobre mi descanso y mi amor, todo huele a septiembre, el aire se llena de volantines, y mi alma se eleva por el continente y una punta toca Larry, donde sea que se encuentre, y espera que le haga el favor de comentarme el blog (me lo debe, man).

Y por acá comienzan los festejos por nuestro bicentenario (qué nación más joven somos, apenitas doscientos años, qué vergüenza frente a los europeos, que arrastran consigo miles de años de cultura), y el festejo es popular, en la casa de gobierno, con artistas que sentimos de todos, con canto, con baile, con vino, con payas, con el alma limpia y fresca.

En un instante, más actualización a este blog.

Gracias por leerme.

Quedo suya, hasta siempre.

La que escribe.

lunes, septiembre 07, 2009

Chinoy.


La convocatoria era de Manuel García, y otros, Camila Moreno incluida. La idea era reunirse en torno a lo mapuche: protestar por el trato hacia los dirigentes mapuche, juntar dinero y alimentos para los niños mapuche.
Yo sólo sabía que iba a cantar Chinoy, y que desde hace meses que lo quería ver en compañía de mi Etxe, ojalá con Verita también, para que se conocieran entre ellos y tener a mis dos amores reunidos por fin.
Llegamos con Etxe de los primeros, consultamos al guardia del cerro que nos dijo que subiéramos. Subimos pero no llegamos a nada, es decir llegamos pero no había nada, ni llegaba nadie más. Luego fueron llegando, a pie la mayoría, otros en auto, las chicas todas naturales, pelos lacios o ensortijados, con lanas, bototos, los hombres de negro, abrigados todos, en torno a los paraguas exigidos más que nunca.
Ya era la hora, y no se sabía nada, se asumía que no iba a hacerse, que seguro la lluvia lo echó abajo. Empezamos a conversar con los demás, todos estábamos en lo mismo, ninguno quería renunciar a la posibilidad de verlos, de escucharlos.
Entonces apareció. Una camioneta blanca, con tres tipos encima. Bajo la lluvia que en ese minuto caía con fuerza. Y eran ellos, los lindos. Venían bajo la lluvia, con sus guitarras, su cuatro, su bombo. Manuel García dijo: hay concierto, y antes se hará un ritual mapuche. Nos volvió el alma al cuerpo.
Yo ya estaba empapada, los pies me rezumaban, el viento me cortaba la cara, tiritaba a ratos pero no aflojaba en mi afán por escuchar, sobre todo a Chinoy. En persona, directamente, a un metro de mí, humilde y quitado de bulla, uno no se puede creer que ese menudo cuerpo contenga a tan feroz animal poético, al nuevo trovador chileno, es como imaginar que en un átomo quepa tanta energía, pero así es. Él es Chinoy, el que anda con la guitarra en ese estuche duro, el que anda con esa chaqueta fashion, y esos bluyines ajustados a sus piernas delgadas.
El ritual mapuche fue mágico, lo que es ser redundante, para mí todo lo mapuche lo es, partiendo por el mapuduzún. El agua caía con más fuerza cuando el machi decía ciertas palabras, la naturaleza entendía su lenguaje ancestral, y nosotros íbamos girando a la izquierda saludando los cuatro puntos cardinales.
Luego pasamos al concierto, a plena lluvia, plena, plena lluvia. Empezó Manuel. Mientras, unos pocos se afanaban en prender una fogata, Etxe se reía de sus intentos “¿fuego bajo la lluvia? Jamás”. Pero sí, si fue, se encendió una inmensa fogata en el centro, mientras Manuel cantaba junto a nuestras voces Témpera. Luego vino él. Chinoy empezó de inmediato con esa voz tan única, exigida, casi punk, totalmente marca personal e intransferible. Y qué decir de las letras. No dejaba de sorprenderme la cantidad de gente, éramos pocos al principio pero fuimos creciendo, alrededor del fuego eran tres vueltas por lo menos, al menos 100, todos escuchando de primera mano todo.
Camila Moreno era quizá la más entusiasta, la que más cantó sin paraguas, encorvada sobre la guitarra sacándole notas y rasgueos increíbles al instrumento. Camila, Manuel, Chinoy, y al final una chica llamada Fabiola que tocó “un rap con guitarra”.
Manuel y Camila tocaron canciones nuevas, Manuel a capella, con nuestras palmas apoyándole, Camila con guitarra. Artistas sencillos de música nada de sencilla, con entrega inconmensurable al momento único que se formó entre los que asistimos.
Van a pasar los años y no lo olvidaré, jamás. No creo que ninguno de los que fuimos, incluyendo a los artistas, lo olvide. Yo estuve ahí, fue como estar viendo a la Violeta Parra, como viendo a Víctor en vivo y directo, como lo hicieron aquellos privilegiados en esos años mágicos en que Chile se soñaba con guitarra campesina y proletaria.
Luego la despedida, hora y media luego de empezar a empaparnos, fue con Víctor Jara, Amanda corriendo a la fábrica donde trabajaba Manuel…
Es tan lindo que me esfuerzo por explicarlo, y no me alcanza la palabra. Lo escribo porque no me cabe en el pecho, como casi todo lo que escribo. Cómo me hubiese gustado que hubieran estado ustedes ahí, conmigo y Etxe, mojándose del agua y mojándose del canto, Canto Nuevo-Nuevo, maravilloso, chileno, nuestro.

domingo, julio 26, 2009

el dulce nombre de mi hijo

Ella murió. La prima paralela de mi madre, murió. Mi madre me avisó que ya no había nada que hacer, que estaban simplemente esperando. Hace un mes o más, me avisó. Luego, llegando al norte, me dijo, “murió …” y pronunció su nombre- se llamaban igual, recuerden.
Así que ahora queda solo mi madre con ese nombre.

Nombre, nombres. Bauticé a mi hijo este año. Fue una decisión valiente, una bonita forma de echarme encima un caudal extra de estrés, de perderme de mí misma a ratos, de tener que coordinarse con los de allá y los de acá, de sentir que hablo pero no se me escucha (es justo decir que se me habla y yo no entiendo a su vez; o peor aún: escucho, pero no entiendo o entiendo al revés).
Fue ahí cuando vino mi madre y por primera vez, en muchos años fue una bendición tenerla conmigo, a pesar de los roces que tuvimos.

Hicimos dulces. Ese fue nuestro compromiso con la fiesta. Yo me embarqué en un torta mil hojas, la segunda de mi vida, que sin mi madre no hubiera jamás logrado sacar adelante y que me quedó maravillosa, además de monstruosamente gigante. Como cinco kilos, más menos, calculo, la cosa obesa, dulzona y espectacular, coronada por cinco palomitas de azúcar.

Además nos tiramos con la empresa de hacer repollitos, eclaires, o profiteroles. Les nombré todo el rato con esos tres nombres, aunque en estricto rigor, eran repollitos, no más, redonditos, crujientes, rellenos luego con manjar unos pocos y con crema pastelera los más. Y comprendí cómo mi madre nos llenó el alma de dulce en nuestra infancia. Cómo, para cada cumpleaños nuestro ella no sólo hacía la torta sino que además, un montón de otros dulces: roscas (fritas), cachitos rellenos con manjar, alfajores (de los que son como hojarasca), y los repollitos.

Mientras cocinábamos le iba preguntado cómo lo hacía para hacer tanta cosa. Recuerdo que ella se encerraba en la cocina, a cierta hora y ya no dejaba que entráramos, sobre todo a mi hermana que adoraba chupar la masa cruda del bizcocho, costumbre que traspasó (no sé si por aprendizaje o por carga genética) a sus dos hijos que ahora vienen a comerse la masa cruda de mis galletas y de todo aquello que de dulce se haga allá en su casa o en la mía.

Sin embargo, los famosos repollitos no los hacía siempre, según ella una vez cada tanto, o los hizo un par de veces. Yo recuerdo esos repollitos, sin embargo, y me sentí la más ruda de las rudas de la historia de la repostería cuando vi que los míos inflaban y se doraban en mi propio horno, y comprobé la maravilla de verlos cocidos y crujientes pero huecos por dentro. Es una cosa maravillosa, simplemente. Hacerlos es todo un procedimiento mágico, un proceder de cierta forma, con un respeto al cálculo y al proceso, no apto para gente impaciente o poco detallista.

Conversábamos con mi madre, antes, durante y después, lo de los repollitos. ¿A quién se le habrá ocurrido hacerlos por primera vez? ¿Qué chef o cocinero ocioso o goloso descubrió que la masa inflaba quedando hueca si se procedía de esa forma? ¿Quién fue el primero? ¿O habrá sido una serie de inventos, paralelos o concatenados?

Las recetas de mi madre están conmigo en una bolsa que trata de preservarlas, pero que ya está siendo insuficiente. Me he decidido a copiarlas y ojalá, hacerlas al menos una vez para saberle el detalle que no se dice en esos papeles desvaídos. En medio de las recetas, donde se mezclan las letras de mi madre, algunas tías, algunas amigas de mi madre, mi propia letra, encuentro la letra de mi padre. Sé que ese papel anda ahí, sé porqué mi madre lo conserva, sé que significa, y me dan ganas de enmarcarlo. Quiero traspasar todas las recetas para que mi madre pueda por fin recuperar esos papeles, junto con el papel de mi padre. Me encanta asistir a ese amor eterno, saber que ella aún lo ama, que aún le duele su ausencia a ratos, que ese papel habla por mi padre, diciéndole aún cómo la amó, y cómo aún la amaría de estar vivo.

De a poco lo voy haciendo, transcribirlas. Algunas hay que adivinarlas, como los tipos de CSI, buscando el rastro de una tinta que se desvaneció, imaginando lo que no se puede leer, suponiendo que son cucharadas y no cucharaditas de esto o lo otro. Es entretenido, pero es complicado. Me suena a lo que un amigo en otro país me dijo que hacía al recuperar unos documentos en castellano antiguo. Algo realmente poco útil, pero que en una de esas, sí es útil…

Yo acá recomienzo con mis galletas que se convierten en alfajores. Vendo algunas y algo de dinero hago. Son las galletas Pigú que envié hace algún tiempo a varios de quienes me leen, donde requeríase de un idiota enfurecido. Ahora he simplicado la receta, simplemente uso azúcar morena y al idiota, si está, le pido ayuda con otras cosas, o hago yo de idiota todo el rato mientras las hago cantando muy feliz. Es triste poder hacerlas ya sin idiota, es decir, sin chancaca (el idiota era para rallar la chancaca, pero resultó que era más simple e igual de caro comprar azúcar morena y olvidarse de todo). Pero business are business, así que siendo ricas (y en verdad, lo son), y sobre todo, vendiéndose, no hay problema.

Y emprenderé luego otras recetas, es decir, inventaré unas nuevas. Con avena, y el difícil camino sin azúcar. Hacer dulce sin azúcar, en cualquiera de sus versiones, o miel, es algo que me conflictúa, pero me exige.

Fue lindo lo del bautizo. Fue lindo tenerla a mi madre, cocinar codo a codo con ella, recuperar el nombre de mi hijo, consolidándolo en ese ritual para mí imprescindible, rodeado de esa cantidad de estrés, de un dulce y empalagoso estrés. Conservo una palomita de azúcar aún conmigo, las otras las regalé a los que ayudaron en la fiesta, a los padrinos que se sacaron los zapatos trabajando y poniendo dinero para la fiesta del nombre de mi hijo, mi madre, obvio, y otros amigos.

Acá les dejo, rodeada de recetas, creando otras nuevas, esperando que regrese el recientemente sacramentado de sus vacaciones de invierno con su padre, sumida en una saudade sin precedentes, esperando que con el crío regrese la calma de los días normales, abrigándome…
P.D. El papel de mi padre dice Cumpleaños Feliz y salen dibujadas unas notas musicales a los lados y arriba. Sobre ese papel le dejó, hace mucho, un reloj, en la madrugada de su cumpleaños, antes de partir a trabajar.

domingo, mayo 31, 2009

El hilo, la aguja, y el dedal.

Las historias de mis relatos, a veces, son mucho más entretenidas que los relatos en sí. Me pasa, desde que más o menos empecé a escribir relatos largos, cortos o muy cortos, que me encuentro con ellos en la cara. Escribí, por ejemplo, lo de Cuba (que en verdad podría haber sido cualquier otro país, pero se me dio Cuba no por joder, sino en homenaje a las múltiples noches escuchándoles la nostalgia a mis amigos cubanos).
Ahí puse eso de la abuela y el protagonista, y en general de toda la familia que lo trataba como si lo hubiesen dejado de ver apenas ayer, y no hace veinte años, de la natural comodidad casi instantánea. Eso ya lo conté en El factor Cuevas. Pero no conté que mi madre y su prima paralela no sólo llevan los nombres iguales (mismo nombre, mismo primer apellido), y se llevan por un año o dos, sino que ambas, en la juventud, se dedicaron a lo mismo: hacer costuras. Coser, con máquina, en el tiempo en que la gente no compraba mucha ropa hecha, sino más bien la mandaba a hacer según modelos de revistas, o según su propio diseño.
Mi madre dejó de coser cuando se casó. A veces cosía para nosotros, recuerdo que yo usé ropa hecha por ella. Recuerdo haber jugado con la máquina de coser, haberle cosido a mis muñecas o algo así. Recuerdo lo jodido que era enhebrar la aguja de la máquina. Recuerdo la máquina para hacer ojales, que me era prohibida, y por lo mismo, deseada hasta el extremo que igual la abría, y revisaba, para dejarlo todo en su lugar, sin que mi madre siquiera se enterara, pero nunca le encontré la gracia, hasta que pude ver a mi madre usándola. Recuerdo las huinchas de medir, los alfileres, la puntada atrás, el pespunte, la basta, el corte al bies, el comienzo y el remate sin nudo. Muchas de esas cosas las debí aprender en la enseñanza básica o media (primaria o secundaria). De hecho en enseñanza media debí de hacer a mano una camisita para un bebé. Creo que me quedó, lo que en sí es un milagro de paciencia y constancia, porque a pesar de la carga genética a favor de las agujas e hilos, yo no heredé de mi madre la prolijidad en la puntada ni la paciencia para pasar el hilo sin que se me anudara cada tres puntadas. Yo sé coser a mano, claro. O más bien “pego las cosas con hilo”, pero la estética no es parte del contrato. Le echo la culpa a los hilos, los de antes no se anudaban de cualquier nada, como los de ahora.
La prima paralela de mi madre, en cambio, no se casó, y siguió cosiendo. Ahora está grave en un hospital en Valparaíso, su sistema respiratorio está fallando. Mi madre dice que es por las fibras de las telas e hilos que fue absorbiendo en sus pulmones, de tantos años de coser. Yo me sorprendo y pienso que quizá tenga razón, y que menos mal que mis padres se casaron finalmente, luego de trece años de noviazgo.
Hace ya casi cinco años, la circunstancia que hizo que yo concibiera la historia de Becca, con Fernando incluido, partió por una conocida mía, madre de un compañero de curso de mi hijo, que trabajaba en su casa, y estaba muy ocupada a ratos, espantosamente ocupada. Ella cosía o cose. Entré a su casa y fue recordar de golpe: las tijeras, las huinchas de medir, los retazos, hilo, agujas. Ella sí que tenía gran demanda, usaba una máquina para coser poleras (camisetas, remeras), polerones, chaquetas, y pantalones deportivos, para los colegios de su sector. De vez en cuando, además, debía de hacer los trajes que le encargaban para las galas artísticas o de gimnasia, o las celebraciones propias de septiembre, donde cosía para un curso veinte pantalones blancos, veinte faldas negras con cintas verde, amarillo y rojo, veinte pañoletas, veinte chalecos, etc.
En medio de uno de los días de estrés de esta mujer, yo concebí el comienzo de Becca, por casualidad, por rebote, en mi mente ociosa. Ayudó el hecho de ser ella madre de un niño un poco mayor, el que dio origen a Fernando y la historia de Becca. Todo en Becca es ficción, cosa que a Antonio-Granada le costó enormidad asumir (sobre todo Becca, que no soy yo, aunque se me parece a ratos), excepto un personaje, Julius, que en verdad existe en mi vida, y al que adapté para que también fuese el psicoterapeuta de Becca.
Concebí lo de Becca (no sé porqué, aún resguardo ese nombre para mi novela, aún no me atrevo a decir en voz alta el nombre verdadero) durante el final de 2004, y desde el 8 de febrero de 2005 hasta más o menos, el 8 de febrero de 2007, la escribí. Eso no quiere decir que durante 2005 y 2007 no la haya concebido, pensado, pero la mayoría de lo que escribí lo “hamaqueé” antes. Escribir esa novela, que ya no me gusta, que no quiero arreglar (porque siento que no se puede, además), en un principio, fue algo hermoso en mi vida, sentirme embargada de inspiración, sentir que estaba atrapada por un tema, sentir que lo podía escribir… todo eso fue hermoso. Pero ese tiempo estuvo plagado de contratiempos materiales y espirituales, y sobre todo un gran quiebre en mi interior. Dejé de creer en mí, o dejé que otros dijeran, una vez más, de lo que soy capaz, y sobre todo, de lo que no soy capaz, y me adscribí a esa definición. Creo que pensar hoy en Becca me llevaba siempre al abismo de recordar ese quiebre.
Hasta que hace un par de semanas debí de buscar un dedal para arreglarle la chaqueta a mi hijo. Debía de coser velcro y no podía a mano, sin un dedal, es decir, podía pero a duras penas, con mi dedo dolorido y encallecido. Donde vivo, se supone que hay bazares donde se podía comprar un dedal, pero recorrí los más cercanos a mi casa y no, habían tenido pero ya no. Así me fui alejando cada vez más de mi casa, hasta que llegué a un bazar donde la conocí.
La señora Emilia es una especie de paralela de mi amiga costurera en cuya casa, y de rebote, empezó a gestarse Becca. Es paralela porque, obvio, también cose (me habló porque me vio tratando de comprar un dedal, y me ofreció generosamente el suyo, prestado). Es paralela porque también tiene dos hijos. Es paralela porque tampoco se casó con el hombre de su vida, padre de sus hijos. Mientras la escuchaba, e iba sacando la cuenta de la similitud en ambas historias, yo no cabía en mí de la impresión.
Me acordé de Becca. Pero no me acordé de la novela, ni me acordé de lo mal que lo pasé escribiéndola. Me acordé de cuando comencé a escribir esa historia que se me fue complicando en el camino. Me acordé del momento numinoso en que me dejé llevar por el impulso siempre frágil de creer en mí. Me acordé que escribo porque me gusta. Me acordé que un tiempo, escribí en peores circunstancias…
Me acordé que escribo para que me lean. Me acordé que tengo lectores, pocos, pero los tengo. Me acordé de Antonio, de la srta. actriz, de Etxe ex Nadie, del señor M., me acordé de Xavier. Me acordé de mi sobrina, que también tiene un blog.
El dedal es mío, la señora Emilia me lo regaló. No es cualquier dedal, es un dedal de los buenos, de los que ya no se hacen. Me lo regaló porque dijo que ella ya no cosía a mano, que siempre odió coser a mano. Ahora lo tengo conmigo, en casa, el dedal, y de a poco, iré cosiendo y zurciendo una serie de trabajos pendientes, en los tiempos muertos de mi vida. Me meteré a coser en la cama, mientras hilvano una serie nueva de historias, que desde hace mucho quería escribir. Iré cosiendo con mi puntada dispareja, mientras le doy en mi cabeza a esta nueva serie, que de hecho, pugna por salir de mí hace un buen tiempo.
Es bueno acordarse, de vez en cuando, de quién uno es, partiendo por acordarse qué es lo que más nos gusta hacer, qué es lo que nos apasiona.

lunes, marzo 02, 2009

volver

odio profundamente los virus, malditos bichos. los odio porque me infectan cada vez mi pc o el de mi crío. me impiden escribir el blog, porque lo hacía desde mi casa, en calma, jamás en línea. pero es tanta la cosa por escribir este pobre blog casi muerto de hambre, que hoy por vez primera lo hago pagando no sé cuánto la hora, en línea, mientras debiera de estar pensando en cocinar el almuerzo para recibir a mi hijo en su primer día de clases de este año.
lo hago además en contra de toda previsión ortográfica o de tipeo, así, a sangre pato, aunque mis malditos amigotes dicen que soy la R.A.E. en persona y supongo que es cierto, pero el tipeo, la falta de sueño, la pantalla, invitan a equivocarse a ratos.
imagino lo que le ha de pasar a los pobres parroquianos de este bloguito en cuanto les mande un mail avisando "hey, chicos, increíble pero hay una nueva entrada". seguro la señorita actriz ha de decir, "chucha, menos mal, ya casi te daba por muerta", el Anto en Granada no sé, no imagino qué dirá (me odia y me ama en cuanto a mi escritura, me alaba y luego despotrica, pero es igual, me sigue y me es imprescindible). Exte no va a decir nada, media novedad, Etxe NUNCA dice nada cuando me lee, amparado en el derecho a ser lento para captar las cosas, para leer, para no sé qué más. bueno, Etxe. da lo mismo, hace mucho que no espero de ti nada, tampoco, lo que no quita que me exaspere de ciertas cosas que no me las das a mí, luego de años de amistad, y sí se las das a otros, recién aparecidos en tu vida. cosas como la consideración por los malditos sentimientos del otro, cosa curiosa.
ya, dejémoslo ahí.
acabo de terminar El Caso Neruda de Ampuero y aparte de haberme quedado con una sensación de gusto a poco (cosa que me pasa cada vez más con Ampuero, pero ahora peor, porque le perdonaba todo en pos de mi amado Brulé) me sorprendió pillarle un renuncio, una falta, un condoro, una fisura, que es algo imperdonable en una novela negra.
esto me lleva a pensar en los grandes condoros, errores, fallas o fisuras de otros, otros grandes. la Nana Schnacke denuncia a Dostoiewski en Crimen y Castigo, con el olvido de un personaje (personaje que Raskolnikov además, también mata). ella usa esa imagen para hablar de lo olvidado, y no es una mala imagen: Dostó la deja literalemente "botada" a la personaje. la mata, la olvida, no importa un pepino más en la novela famosa.
yo encontré un "error de continuidad" en Niebla, de Unamuno. mi amigo, el Eo, me llevó a llamarlos así. son cortes en la lógica interna de un relato o novela. armas cargadas que no se piensan disparar, personajes que aparecen y se van por un lado, y retornan por un lugar imposible. el problema con estos errores, donde sea que me los pille, novela, cuento, cine, es que me sacan de la ficción en la que me hundo para distraerme.
quizá soy demasiado dura con Ampuero. quizá trabaja a plazo, presionado, y esa parte, ese condoro, no lo filtró hasta mucho después, cuando ya era irremontable.
yo soy demasiado jodida, parece. me gusta que esté todo en su sitio para poderme meter en la trama, sobre todo si es novela negra, insisto, más aún si indaga en la prehistoria de mi querido investigador de la corbata de guanaquitos verdes sobre fondo morado.

la Nana Schnacke, sus libros, el error de Dostó que ella consigna. todo se me junta. quizá porque abordo un tema que a ella le apasiona: los sueños. con la Maga. mi nueva amiga.

veo a mis vecinos nuevos y casi me presento y les digo que yo soy yo, que vivo al frente y que si me necesitan, ahí estoy, para lo que sea. me parto de pena de recordar que algo así fue cuando yo recién llegué al barrio, pero que esa vez fue mi vecina la que se presentó, yo apenas llegada al barrio, y que mi hijo se hizo amigo automáticamente de su hijo. ahora ambos miramos esa casa y a ambos nos da una pena espantosa.
con mi vecina no nos hicimos amigas inmediatamente, pero sí nos caímos bien de un principio. con la Pom fue caerse bien y hacerse amigas una sola cosa, y esa vez fui yo la que crucé el umbral, di los tres pasos de mi puerta a la suya y me presenté, diciendo que yo era su vecina, y que si necesitaba algo, justo cuando me aturdieron las palabras de Neruda con España en el Corazón y la sangre de los niños que corría simplemente, como sangre de niños. todo está condenadamente junto y mezclado: Ampuero, Neruda, los errores, Dostó, la Nana, los sueños y la Maga.
también a ella la amé desde el minuto mismo que nos conocimos, que no fue precisamente en persona, fue más bien por msn. ella me conocía más, yo me mostraba abierta y desparpajadamente en el taller "literario" que nos convocó. es decir, yo escribía, y yo leía lo mío. que yo sepa, ella escribe precioso, pero jamás le he visto una sola uña a una de sus palabras. sin embargo, fue por msn donde nos conocimos, o al menos, yo la conocí más. tratamos de juntarnos el año pasado, pero no se podía nunca, y de pronto supe que había pasado por la muerte así, de refilón, un cáncer la había asustado de manera vertiginosa y la había dejado en el mismo lugar de donde la sacó, pero el viajecito la remeció su poco. luego de eso, nos volvimos a ver, por primera vez luego de vernos en persona en el taller, y ya me es imprescndible, independiente que estemos planificando trabajar juntas, e independiente que eso funcione o no.

todo está mezclado. parece un recurso literario, pero yo creo que es más bien esta cosita junguiana de la sincronicidad, no más. y por lo mismo, lo dejo hasta acá, se me caba el tiempo, y quedó como quedó.

a sangre pato, y qué fué.