viernes, enero 20, 2006

los peces del abismo

Empezó como sólo una idea, una idea, una imagen, los peces del abismo. Incluía esta cosa extraña de los lugares donde amó en Concepción, donde vivió con sus amores. Lo extraño es que (y esto es cierto, pero suena a literatura) cada uno de estos lugares fue destruido... como si el Tao le mandara un mensaje críptico con eso. Primero fue la casa en la costanera, donde se enamoró del Pato, que fue derribada para construir un colegio.
Luego fue la pieza en Lo Pequén donde el Caco, su amigo muerto recientemente, entonces su amante, vivió con ella tanta locura como sólo se puede vivir cuando se es joven, y ella se sentía tan orgullosa de haber sido señalada por él, el Caco, como bella, entre tantas bellas que se morían por estar en esa cama, porque el Caco era tan deseado, tan deseado por muchas, y hasta su muerte lo fue, deseado por muchas y luego muchos. La pieza de Lo Pequén (llamada íntimamente La Paz por ambos) fue derribada y ella fue a comprobar el desastre, años después, con el Caco ya de amigo.
Luego vino la pieza en esa ex-casa de putas en Boca-Sur (“boca-sour”, como ella re-bautizó), donde el Flaco y ella, y la Marce, se empaparon de un submundo fascinante, donde las piezas se arrendaban por el ridículo precio de 3 mil pesos de entonces, unos 7 euros actuales (todo lo pienso en euros desde hace un rato), donde la luz y el agua no se pagaban porque estaban todos colgados, y eso hacía que se viviera con la luz cortada, donde los vecinos eran una pareja donde él era músico ambulante, y otra pareja (te juro que es cierto) de un hare krishna con una ex novicia con el hijo de él, Nayara, nunca olvidará ese nombre dulce, de ese pobre crío obligado a no comer carne, donde casi no se comía nada. Los otros arrendatarios eran la Marce, con el truhán del Carlos de pareja, es decir, por lo general sola, y otra gente que jamás era vista. El krishnamurti era artesano, hacía unas cosas bellas en plata con piedras y vivía arrancando de la policía en la calle, tanto, que Nayara en cuanto veía un paco (carabinero, policía chileno) agarraba el bolso y corría a perderse. Vivir en Boca Sur le dejó para siempre a ella una sensación de total conformidad con la pobreza más pobreza, la marginalidad más marginal, los límites del límite. Ella se sabe marginal, y fue feliz en Boca Sur, por muchas cosas, principalmente por la adrenalina diaria que se necesitaba para poder cumplir en la universidad viviendo allá, por el ambiente de entendimiento y respeto mutuo de esa ex-casa de putas, pero por sobre todo, por la sensación de libertad, que nunca como en ese tiempo ella ha experimentado.
Todas las casas o piezas fueron destruidas después que ella dejó esos lugares y dejó a esos amores. La de Boca fue destruida por un incendio, provocado por la costumbre del vecino músico de cocinar en un anafre eléctrico.

Pero los peces del abismo no es tan autobiográfico después de todo. Sólo que recogía esto (que a ella le parece muy de realismo mágico) de haber amado en lugares que fueron borrados.
Los peces del abismo está situado en la Lagos de Chile, bello barrio donde ella quiere alguna vez volver a vivir, e incluía un bar surrealista que no existe, pero debiera existir... con un espejo un poco mágico, un segundo piso que quedaba al nivel de la calle, cosas que sólo suceden en ese barrio de cerros empinados, como su amado Valparaíso.
Los peces del abismo se han perdido, al parecer, para siempre, pero ella quiere volver a empezarlo, como sea, porque los peces deben ser finalmente admirados con una sonda especial, una sonda que no los destruya, ya que al nivel de la superficie se sabe que se destruyen. Los peces del abismo, ella se debe a los peces del abismo.
También los peces del abismo habla del cuento con la pertenencia al lugar, la patria, como sea que se llame, y preguntaba si alguien acaso pertenecía al lugar que nacía o que se le debía por herencia, aparte de los pueblos originarios (gente de la tierra, Mapu-Che), porque ella era de Chile a secas, y quizá del mundo, sólo que le faltaba viajar para eso.
Ah, y quizá lo más importante. La metáfora de los peces del abismo, ¿no? Esa metáfora que de pronto, al hablar con Nadie, le surge, espontánea, inmediata, y luego al explicarla, Nadie asiente y dice, sí, eso es. Cuando Nadie dice: “siento cosas tan adentro mío, tan complejas, veo mundos hermosos que sin embargo luego no puedo describir, al hablarlo o escribirlo no me sale igual, pero yo sé que están ahí, escondidos, en lo profundo” (perdón, Nadie, no lo dijiste así, pero tú has de saber que escribir es por sobre todo, mentir). La metáfora de los peces del abismo es un homenaje a Jacques Cousteau, el gran oceanólogo francés que pobló de arrecifes y de peces de colores su infancia, y supongo que la de muchos también. El capítulo que más la impresionó, el que se le quedó clavado en la retina dolorosamente trataba de los peces de las profundidades abisales, del lugar del océano donde es imposible filmar porque la resistencia humana no resiste la presión de tanta agua encima. En fin, había un aparato, un submarino chiquito, especial (no el Nautilus, adorado y cercano). Un aparato que tenía un nombre raro, pero que ella, al hablar de la metáfora bautizó como profundoscopio o escondondrapio. Bueno, Nadie entendió de inmediato, también había visto a Cousteau (¿quién no ha visto a Cousteau?). La cosa es que con ese escondondrapio se podía llegar a la profundidad del abismo y filmar en su hábitat a los peces que lo pueblan, verlos monstruosos y gráciles al mismo tiempo, trasparentes, fosforescentes, llenos de un misterio que al menos a ella, cuando niña, la dejó extasiada. Pero el francés y su equipo no sólo filmaron a los peces, sino que también tomaron una muestra de ellos con una sonda o una canastilla, no recuerda muy bien.
Y he aquí que al tocar la superficie, los peces del abismo no eran apreciables, la descompresión los había reventado, y lo que antes era gracia y misterio acá simplemente era una masa informe. Esa es la metáfora: los peces del abismo sólo pueden ser apreciados en el abismo. Cuando una trata de hablar de sus profundidades, lo que sale es sólo guiñapo sangriento, bicho reventado, nada de belleza y misterio. Nada. Sólo son apreciables en el abismo, y en eso están de acuerdo con Nadie. Sólo se puede llegar a ellos en un aparato especial, un escondondrapio. Y ella insiste que el escondondrapio es el lenguaje, y que Nadie lo tiene, que puede mostrar su abismo. Y lo anima, lo anima y hasta lo urge, sólo porque a veces ella hubiese querido que alguien la animara y la urgiera. Y también porque Nadie escribe bastante bien, después de todo. A pesar que se vive tirando al suelo y diciendo que no, que como ella ninguno, o algo así, ella cree en Nadie, por supuesto mucho más de lo que Nadie cree en sí mismo.

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