miércoles, octubre 18, 2006

volver a escribir / feliz cumpleaños Etxe

Volver a escribir, por fin, casi de regalo de cumpleaños para mi dulce amigo, a quien le conozco todos los secretos, al menos le conozco varios que sé que nadie más sabe de él. Y yo misma, cumpliendo años, acá, lejos de las letras, lejos de todo, sintiéndome desterrada del sonido más cómodo y mío, el del teclear incesante, aquel que me hace sentir en mi piel, en mi territorio, la casa a solas y en silencio, y yo frente al teclado de nuevo.
Cómo me cuesta estar sin escribir. Cómo me enfermo sin las letras... ahora lo noto, todo lo que me he alejado, todo lo que he estado sin esto que es casi lo único que de verdad me llena, mi pasión, mi vida, estar con la palabra.
Ellos, allá en Bogotá (al menos él, allá, en Bogotá) insisten en decir que la palabra es un lugar vacío y qué manera de estar en desacuerdo, qué manera. La palabra no es un lugar vacío, o mejor dicho hay tantas metáforas para desvestir a la palabra y explicarla, tantas otras, que decir de ella que es un lugar vacío no me parece. Será que yo no desmiento jamás cierta formación académica, o que simplemente no me creo la fácil salida de nombrarla lugar vacío, porque quizá sea demasiado complejo o arriesgado decir más cosas de ella. Él me dice si acaso la palabra beso es mejor que un beso, o algo por ahí. Cada cierto rato me dicen cosas así, enfermas de ingenuas. Yo sé que las palabras pueden acariciar, seducir, lubricar, enfurecer y hasta sacar de sí. Si lo hacen, si tocan el cuerpo (estoy de acuerdo con Maturana en que las palabras tocan el cuerpo), no lo hacen desde un lugar vacío, sino desde un profundo insondable.
La palabra no es un lugar vacío, casi todas las palabras vienen de otras palabras, o si no, son tan antiguas en su origen que llamar “vacío” al lugar que ocupan (porque es posible que concuerde en que la palabra es, de alguna forma, un lugar) es negar de un plumazo lo que somos, malamente explicado o no explicado de frentón. Lo que sea que somos, lo somos desde que nos acompaña la palabra. No pretendo decir que seamos sólo la palabra, pero bastante de lo que somos, va con la palabra. Tanto así que no consideramos enteramente humano a quien se ha criado en ausencia de palabras, los niños de la selva, niños-lobo o como quiera que se les nombre, no pasaron por la palabra y en efecto, no nos parecen humanos. Somos lo que somos gracias a que un día, hace más o menos diez mil años (las fechas varían) empezamos a coordinarnos, a amarnos, a pelearnos, a alimentarnos no sólo con gestos y sonidos guturales, sino con el código que luego fue dando forma a los idiomas.
La palabra había nacido y sin darnos cuenta, nos habíamos hecho a nosotros mismos en el trámite.
No, no es un lugar vacío, la palabra es la comparación entre el mundo y lo que queremos decir al decir mundo. La palabra es una cuerda tendida hacia las cosas y hacia otros, incluídos nosotros mismos.
No me vengan a joder a la palabra, que todos los que escriben, lo hacen por y para ella, gracias a ella. Y si esto se lee también allá en la fría y alta Bogotá es porque la palabrita ha hecho su trabajo. Peléense con otros conceptos pero no se metan con la palabra, eso es cosa complicada. O sea, si se van a meter con la palabra, háganlo con condón y bien advertidos, que aún así, corren gran riesgo (ahí tienen el triste caso de mi amigo Nadie, ex Etxe, anterior Nadie). No hay lavativa que salve, no hay vacuna que nos inmunice, no hay tu tía. La palabra es cosa seria y yo, humildemente, la respeto, válgame que si no.
Eso sería, más o menos, para empezar. Lamento tener tanto sueño (un asunto de ponerme a hacer churros en la madrugada, todo por el amor a un niño que ni siquiera es mi hijo). Aunque pensándolo mejor, no, no lamento esto de tener sueño. Con sueño me pongo atrevida, cruzo ciertas barreras que antes no cruzaba, y sé que esto ha de llegar a Bogotá también, donde mi querido colega negacionista, poeta porfiado de paladar exigente, al que apenas imagino joven, con una camiseta café (marrón, para no pelear con el resto del idioma). Ni idea porqué lo de la camiseta, pero me lo imagino con camiseta café (acá en Chile decimos polera, pero nadie nos entiende un carajo cuando de ropas se trata, así que camiseta supongo que dejará tranquilo a todos acá y en el resto del idioma), más bien flaco y con cara de crápula, de susto y de piedad al mismo tiempo, es decir con cara-de-poeta.
Para la otra, ya con PC en casa, podré escribir algo más decentito.

Feliz cumpleaños a mi amigo, un poco tarde, pero igual feliz cumpleaños, amigo Nadie-Etxe. Te quiero mucho, y por lo pronto, estas líneas son todo mi regalo para vos. Bueno, no es mucho, es lo que hay.

Como se ve, no estaba muerta, sólo un poco de parranda (más bien demasiado pobre).
Agur.

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