martes, septiembre 22, 2009

la patria-palabra

Ah, qué difícil escribir luego de leerle el blog a Larry Mejía, con su viaje de regreso a Colombia, aún allá en Caracas sufriendo lo indecible, no sólo saudade (nosotros sufrimos saudade crónica), sino una constante desadaptación a costumbres, falta de dinero, falta de agua, Larry, hermano, ¿cómo ayudarte?

Es difícil escribir, cuando uno se lo toma así el escribir, no como antes, que era en libertad, en completa identidad, ahora miro la palabra como es, desnuda y amenazante, fragante a herida recién hecha, sangrante, abierta. La palabra es nuestra patria, nuestra única patria, dijo Larry, dije yo, dijeron tantos, es cierto, vivimos en la palabra, somos palabra y casi nada más, la palabra es nuestro puerto y nuestro naufragio, nuestro alimento, nuestra sal, nuestra miel, nuestro norte, sur, centro. El lugar del que jamás salimos, la palabra.

Y es bello hablarlo con Larry desde Venezuela (¿qué coño haces allá, man?), en nuestro español mestizo, nacido de la espada y del maíz, de la cruz y del zapallo, la palabra acá es morena, tiene ojos enormes que miran con recelo, cuando no con resentimiento, es morena la palabra, aunque nosotros seamos blancos y desabridos, llevamos la piel morena por dentro, y con “se me van los pies”, no sólo se nos van los pies sino la cintura, la cadera, y los hombros, también, todo se nos va en ese ritmo desde Perú, con Mama África enlazada desde siempre en sus morenos labios.

Larry desde Venezuela sin agua (traté de mandarle una par de nubes, pero no se pudo, las nubes se me llovieron antes de salir de Santiago conmovidas por la capa de smog que nos asfixia ahogando los juegos de nuestros párvulos y dando una mala agonía a nuestros abuelos). Yo desde Santiago, con amor a raudales, deseada, deseando, amando con un poco más de relajo que antes, en una burbuja de paz en la cervecería nuestra con Etxe, paseando por la Moneda con Los Jaivas cantando Sube a nacer conmigo hermano, en mi barrio, en mi casa, mi cama, un bus rural, un tren, un paisaje en Paine, la soledad del campo acogiendo nuestros besos.

Y Larry, siempre ahí para mí contestando mis mails de inmediato y acogiendo mi ansiedad, haciéndome sentir menos bicha rara con sus comentarios, qué bueno que existes, Larry, hermano, qué bueno que eres generoso, y qué mal que estés en esas condiciones, pero bueno, algo bueno sale de todo esto, tu blog florece en primavera, se llena de cogollos, de brotes, de frutos tempraneros, yo acá saco banderas para celebrar que se fue el invierno y su muerte, y sus cinco grados bajo cero (y yo sin ella, sin tener cómo abrazar su fría piel sedienta de mi calor), el invierno y sus interminables días de lluvia, lluvia helada, encima, porque podría ser como en el sur, que llueve tibio (¿o es que hace tanto frío que por contraste uno siente las gotas tibias?). Se fue el invierno, menos mal, llega la primavera:
«…Levántate, amada mía,
hermosa mía, y vente.
porque, mira, ha pasado ya el invierno,
han cesado las lluvias y se han ido.
Aparecen las flores en la tierra,
el tiempo de las canciones es llegado,
se oye el arrullo de la tórtola en nuestra tierra…”

Llega la primavera, y no es maldita esta vez, los gatos se aman a desgarradores maullidos sobre mi techo, rodando enervantes sobre mi descanso y mi amor, todo huele a septiembre, el aire se llena de volantines, y mi alma se eleva por el continente y una punta toca Larry, donde sea que se encuentre, y espera que le haga el favor de comentarme el blog (me lo debe, man).

Y por acá comienzan los festejos por nuestro bicentenario (qué nación más joven somos, apenitas doscientos años, qué vergüenza frente a los europeos, que arrastran consigo miles de años de cultura), y el festejo es popular, en la casa de gobierno, con artistas que sentimos de todos, con canto, con baile, con vino, con payas, con el alma limpia y fresca.

En un instante, más actualización a este blog.

Gracias por leerme.

Quedo suya, hasta siempre.

La que escribe.

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