lunes, diciembre 21, 2009

he vuelto, creo.

Chicos, tengo internet en casa, qué maravilla ¿no? Y puedo dedicarlo un tiempo más largo a escribir mi blog, aparte de ver series gay en youtube, por ejemplo El cor de la ciutat, que aparte incrementa mis niveles de catalán, lengua que por demás, se parece al castellano tanto como el portugués, es decir, no se entiende un carajo.


Me encanta esa serie, me gusta cómo se entrecruza la vida, cómo se complican, pero sobre todo me gusta cómo muestran el amor entre hombres bien hombres, esos besos contenidos o desatados, el amor gay siempre me ha llamado la atención, ya lo saben, y me es escaso de ver como me gusta a mí.


Bueno, he estado haciendo mis famosas galletas Pigú (yo me llamo, entre muchos otros nombres, Pigú, y no tiene nada que ver con los cerdos en inglés). Las corto con diseño navideño, las pinto con glasé, las vendo, las como, y veo cómo las come mi hijo. Mi pequeño ha crecido, es largo, y aún quiere dormir conmigo, se me abraza en las mañanas, pega su cabeza a mi pecho y ese gesto revienta en mí un millón de burbujas de ternura. Mi hijo crece, ya es adolescente o casi, ya no quiere que lo vea desnudo, se cubre con pudor, pero aun quiere que entre al baño cuando se ducha para que conversemos.


Todo eso pasa, y yo sin saber de Antonio ni de Xavier, sin ver a mi amor, o viéndola muy poco, el día pasa, los días pasan sobre mí y sólo puedo decir: he hecho galletas, y leí 2666 de Bolaño y lloré, y me horroricé, y quedé manchada de sangre femenina, de huesos hioides fracturados (principal causa de esas muertes en Santa Teresa), de pezones arrancados, de pechos cercenados, de todo el horror que Roberto le puso a esas páginas y que aún me atenazan de terror. También quedé atravesada del gigante alemán que no era nada y de pronto escribió (porque escribí porque escribí estoy vivo) y fue como volver a caminar sobre el fondo del mar (ah, el fondo del mar, los peces del abismo, algún día yo escribiré esa novela). El gigante alemán que tuvo que empuñar un arma, esconderse en buhardillas que se caían a pedazos, el que amó a una loca que lo amó primero, el que vivió un diario que no escribió, pero que fue el principio de su escribir, de su eterno deambular por libros que inflamaron a los cuatro amigos con quienes parte y de alguna manera termina el libro. Y quién iba a pensar que a las finales eran parientes. Lo son, y es una metáfora de cómo estamos relacionados todos, somos producto de una misma mezcla, una cosa maravillosa, humana, asesina y angelical al mismo tiempo, todo lo que somos está emparentado como un sobrino y su tío que nunca se conocieron y sin embargo se intuyen en los gestos propios, en el porte de gigante, las manos enormes quitándole la vida a la única muerta que dejó lo suficiente para inculparlo.


Salgo con Etxe y me encuentro a alguien que difícilmente reconozco, con argumentos cagones, sangrones, con una forma de amar que me da pena, prefiero ser infiel, o ser libre en el amor, a estar pensando que tengo seguro el amor de alguien, yo no tengo a nadie seguro, yo sí, yo soy de una, de una sola, aunque me toquen otros, soy de una, y la extraño mucho y me duele no disponer de mi tiempo a mis anchas para correr adonde sea que ella esté, por fin abrazarla.
¿Qué más? Ya dije, no he sabido nada de Xavier. Nada, ni sé si está vivo, qué macabro pensárselo así, pero si muere allá en Uruguay (que para Antonio me queda cerca, casi al lado, un subirse y bajarse del avión, pero para mí es lejos, muy lejos) no tengo cómo saberlo.


De Antonio, nada tampoco, pero con Anto me es más normal, y al mismo tiempo más doloroso, seguro que resurge diciendo, he estado ocupadísimo nena, bonita, pero acá estoy, y felices fiestas. Felices fiestas, seguro, amigo, bonito, pero por fa escríbele a la chilena, que se muere de saber de ti y tus hijos enormes, ya unos hombres, ya lejos, y muy pronto más cerca que nunca, Anto, bonito aparécete de una buena y condenada vez.

PD. me enamoré de dos o tres cosas, las fotografías de olas por dentro de Clark Little, el show de Juanelo (grande, Can), y las Dosis diarias de Alberto Montt. estos dos últimos son monos chilenos y me parto de la risa.

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