jueves, diciembre 24, 2009

Navidad

Llevo muchas navidades en el cuerpo, pero esta es la primera, desde que fui madre, que no estaré con mi hijo. Eso, y otras circunstancias especiales me ponen sensible y de cualquier nada me caen unas lágrimas.

Ayer llegué a mi iglesia con ganas de rezar, cantar y tener buena onda, pero no hice nada más que la primera cosa, pues me seleccionaron para la misa del domingo, así que hube de quedarme a una reunión larga y agotadora, donde leí mal, no sé, apurada, y me criticaron y dije, no se preocupen, he de leer bien cuando llegue el momento. Para peor, antes de entrar a la reunión me peleé con una hermana del movimiento, porque no paraba de decirme que estoy gorda (lo que es cierto). En Chile no se acostumbra a ser asertivo, así que por lo general una es considerada una pesada. Ya estaba demasiado agotada, la verdad.

Así que la primera lectura del domingo la hago yo. Es extraño, fui a buscar energía y sentí que la energía la entregaba yo a esta futura misa. Y sin embargo, por disciplina o por lo que sea, me cuesta decir que no, sobre todo si me piden eso, participar de una misa, al Señor no le puedo decir que no, no puedo no más, justo ahí donde antes no había más que confusión y cero energía surgió la energía suficiente como para armar el panorama de lo que haremos el domingo junto con la gente.

Ya en casa, agotada, extrañando a mi hijo, me puse a pensar en los arbolitos de Navidad que he armado y desarmado, en las navidades pasadas, de cuando era niña, me invadió la nostalgia, pero es una nostalgia buena, difícil de explicar. Siento que esas navidades pasadas cuando niña las llevo adentro de mi corazón, guardadas envueltas en un paño húmedo (húmedo de lágrimas frescas, las que he vertido últimamente al añorar la cabecita pelucona de mi chicoco sobre mi pecho, suspirando y diciéndome con su voz especial “mita, mita”). Recupero esos recuerdos húmedos y la maravilla vivida vuelve a sentirse.

Recuerdo el arbolito de Navidad, el primero que tuvimos. Era de un material extraño, tieso, envueltas las ramas en una especie de follaje verde imitación pino, y la verdad ya no recuerdo más, porque pronto fue reemplazado por otro, plástico, canadiense, que tenía una estructura de plástico más densa y sobre ella se montaban una a una, unas hojitas verdes, como de coníferas. Recuerdo haber estado horas en el pasillo frente de mi dormitorio enchufando esas hojitas en esas ramas, una tras otra, hojita tras hojita, enchufa que te enchufa, hasta que me cansé y ya era hora del té (a las 5 exactas).

Luego las ramas se armaban en el armazón, y se ponía el árbol en el lugar asignado, un lugar de honor, y se procedía a adornarlo. Esto era lo más mágico, lo que aceleraba mi corazón a mil, lo que hasta el día de hoy quisiera reeditar pero no logro encontrar los adornos justos. Eran de esos de vidrio soplado ¿los recuerdan? Eran de vidrio soplado, coloreados con colores metálicos, un cisne rosa, estrellas doradas, incluso había uno trasparente, y eran una verdadera pieza de arte. Todos los años se rompía uno. Se hacía añicos en el piso, dejando un polvo brillante y algunas lágrimas mías sembradas alrededor.

Mis hermanos y yo éramos felices y libres, esperando la noche mágica. La cena era una cosa aparte, mi madre ponía el mantel blanco, blanco perla, y copas que sólo se usaban esa noche y la del año nuevo. Carne mechada, a la cacerola, ensalada de papas, arroz, bebidas. Y luego pan de pascua, uno exquisito que hacía mi madre, como casi todo lo dulce que yo comí en mi infancia, receta que he rescatado y de la que sólo recuerdo que llevaba dos cucharadas de vinagre blanco, que ni idea para qué aportaba.

Yo no hago pan de pascua, no al menos esta Navidad. Hice galletas, la receta es mía, es decir, es inventada por mí, a partir de una tarde de invierno en que se me ocurrió hacerlas y glasearlas.
Lo mejor de esos recuerdos de Navidad es que mi padre está ahí, eternamente feliz, sonrosado comiendo, riéndose, abrazándonos, junto al árbol, junto a mí con mi corazón chirriante de felicidad. Mi padre será siempre Navidad para mí.
Que la luz de la estrella de Belén les ilumine, amigos amados.
Desde Chile les abrazo con mucho amor. Gracias por leerme.

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