lunes, julio 23, 2007

ciudad anestesia

Lo que más cuesta es mostrarse. Por eso voy oculta en la niebla. Por eso amo el invierno, sobre todo en las noches y en las mañanas. Me levanto con la niebla, me oculto. Tiemblo de pensar en que alguien me llegue a tocar. Como la niebla, lo rozo todo, pero nada me toca, el calor me disipa. Así deambulo, con frío, con miedo. De pronto veo cuerpos y deseo, de verdad deseo, correr y chocar con ellos, pero me acuerdo, y entonces vuelvo a ser niebla, vuelvo a ser rincón, margen.

Cuando era joven, escribía sólo en los márgenes. Es cierto, en mis cuadernos ordenaba, de manera siempre difícil, las materias que en ese tiempo me enseñaban o aprendía, pero lo importante eran los márgenes. Escribía sin darme cuenta, como siempre, o como casi siempre, en los márgenes, oculta de mí misma, al fin refugiada. Ahí podía, el margen era el espacio perfecto para lo que yo no permitía ser. Más bien, en el margen yo me deslizaba sin drama, en el margen nada era áspero, digamos que podía fluir. Ahí el lenguaje tenía un sentido que antes no tuvo, que jamás tuvo y yo miraba al resto de la clase sabiendo algo que nadie más sabría, lo que tenía en los márgenes era mi mayor tesoro, mi mayor secreto, había allí un pacto que ellos no habían firmado con sangre, como yo, que desde que la vi, quedé prendada de ella, de la palabra, la muy puta.

Así que ahora voy oculta en la niebla. Eso es todo, aunque, por supuesto, es sólo el principio de todo, más bien.

Desde la niebla en la que he estado he buscado redimirme, reconciliarme, y he recibido bastantes bofetadas, y he tenido todo congelado adentro, y no he podido siquiera rozar los gritos en la cabeza, y ha sido todo (por supuesto) difícil, claro, difícil, y se me ha enredado el deseo con el dolor y con los muros contra los que choco, porque ahora la cosa es simple, animal, y sin embargo, es más difícil todavía, porque el cuerpo que yo quiero, me quiere a veces, y eso es casi peor a que no me quisiera nunca, y los otros, bueno, son simples otros, cuerpos de quienes he intentado amar por esos breves minutos, enternecida de lo feroz de su propia herida, porque yo de heridas sé suficiente como para llenar mucho más que las 240 páginas de mi novela. Y no sé si es mejor estar anestesiada, vivo en Ciudad Anestesia, donde todos van dormidos o muertos, donde los sueños apenas aparecen en unos hermosos graffiti incomprensibles para quien los mire desde la anestesia, y esos graffiti me dicen que, como yo, hay varios ocultos en la niebla, que, como yo, hay varios que seguro sufren, respiran y quiera Dios que amen, también.

Yo no amo, es decir, amo a mis amigos (Etxe, Pom, Veritas, a mi ex vecina que me abandonó, y los otros, no nombrados, a los que de seguro mandaré esto en un link). Me refiero a ese amor que antes me visitó dejándome descalabros no menores.

Sueño con Eo, que le entrevistan, un tipo muy joven, supuesta promesa del periodismo serio en pro de la literatura. Eo dice “todos los días temo morir”. Con esa frase titulan su entrevista. Dice cosas muy bellas, muy de Eo, honestas, desnudas, como suele ser él, el señor-lenguaje-correcto. Pero el título la caga. Lo llamo para decirle eso, que la entrevista muy bien, pero que el título, y él contesta que qué quiero, que es cierto, que no puede sacarse la muerte de la cabeza.

No sé porqué sueño tanto con Eo, creo que le quiero sinceramente, le tengo un cariño muy grande, me importa mucho saberlo feliz, pero no es tan cercano a mí, creo, como para merecerse tantos sueños de mi parte. He soñado con la señorita actriz, con el Etxe, incluso con Anto. Pero con Eo sueño muy seguido. No encuentro el menor sentido a ello, pero bueno, los sueños no suelen tener mucho sentido, por algo son sueños.


Quizá él represente en mí al lenguaje, mal que mal no he conocido a nadie en Chile que hable mejor, de manera más correcta (que haya nacido en Chile, digamos, porque los peruanos… en fin, ya he hablado de eso en otras partes). Quizá el lenguaje tema morir. Me da ataque de risa esa explicación, pero no es tan descabellada, después de todo. El pobre lenguaje, reducido a su condición humillante de ser mala copia de otros lenguajes (“hacer sentido”, “terapista”, “tributo a…”) o de sí mismo, con todo el malevo tratamiento de la ortografía, la flojera de demorarse en pensar, en ordenarse un poco, en hacer de él una fiesta.

Leo a Neruda. No tanto porque me guste, si no porque lo tengo conmigo. Y porque, ahora lo noto, me encanta esa cosa desparramada con que trata a la palabra, sin el menor respeto nos deja manchados para siempre de todo tipo de colores, olores, sabores. Nos cuenta el mundo desde sus ojos-Neruda y de inmediato el mundo cambia y nos queda para siempre así, nerudiano, cósmico, telúrico, y definitivamente, más entretenido. Parecido a lo que sucede cuando uno se topa de frente con unos de esos graffiti.

Dedicado a todos los que me han tocado, y a todos los artistas que, armados de colores, pintan Ciudad Anestesia.


1 comentario:

Anónimo dijo...

Gracias mi querida Blanca por haberme tenido alguna vez en tus sueños, gracias por permitirme entrar en tu ciudad, me siento afortunado. Gracias.Antonio Jiménez Romero.-