lunes, julio 10, 2006

enciclopedia ambulante

Ah, esto no había querido decirlo nunca, me avergüenzo de antes y sin embargo, sé que lo he de publicar igual, pascual.
Tengo un amigo, (en verdad son más amigos los que me dicen esto, pero últimamente me he juntado más que nada con él en una cosa sospechosamente infectada de literatura y, ya se sabe, la literatura es toda mi vida, y toda mi muerte) que últimamente y sin ningún respeto, me ha tildado de Enciclopedia Ambulante. Dice, literal que sé de todo y que no lo sé lo invento con tanta cueva
1 que más encima me acerco bastante a la definición, o al menos caigo cerca de donde era la cosa.
Incluso cae en el juego (el juego que he jugado miles de veces y en que mi sobrina también ha caído con similar resultado) de abrir un diccionario o una enciclopedia y preguntar, así, al azar por una palabra y yo, a veces pensándola mucho y otras sin respirar, respondo y por lo general le achunto
1, o al menos le doy cerca. Por lo menos le atino a la clase a la que pertenece la cosa “un instrumento médico”, “un reactivo químico”, “un tipo de célula nerviosa”. Otras veces le achunto perfecto, incluso con más información que la que aparece en la fuente citada. Mi amigo se retuerce de un sentimiento difícilmente analizable pero que incluye el gusto de ver que en efecto, me sé casi todas las palabras, y las que no sé, me las invento, y una sensación de ¿cómo es posible?, no muy lejana de la envidia.


Quiero hacer una declaración pública:

Yo no me las sé todas, ni siquiera me sé todas las que debiera, a veces caigo en errores semánticos espantosos, en errores de precisión como cuando, en el msn con el señor Correa (del blog papelcero) hablé de las leyes de la Termodinámica (en verdad quería hablar de la entropía para justificar el desorden espantoso en que vivo) y por supuesto, me equivoqué. A veces escribo mal ciertas palabras llevada por la pronunciación (temprano en la vida me di cuenta que quien escucha bien, debiera de escribir bien, porque las palabras siguen reglas para ser escritas, reglas que para el oído entrenado, son descifrables, nótese descifrable). Por ejemplo, displicente, siempre lo escribo displiscente, porque yo juro que así se pronuncia. Y otras, también, por el estilo, donde la excepción de la regla hace estragos en mi oído...

Pero es cierto que sé muchas cosas. Muchas e inútiles, miles de cosas que a veces ni idea que sé, pero que las sé, simplemente. Fechas, hitos, personajes, situaciones, frases. Sobre todo las frases, ni idea por qué las tengo... de películas, de novelas leídas, de políticos, de amigos, incluso de mí misma, como las referentes al sexo “Nunca hay que llorar sobre el semen derramado”, “A nosotras, pico
2 no nos ha de faltar”, y una larga lista, señores.
A veces me las sé, pero no con seguridad, pero, por supuesto las lanzo igual. Como por ejemplo, cuando, al hablar con el Etxe (ex Nadie, nunca más Nadie) le aseguré que sabía que Alma era el centro, el núcleo de la viga (como Luz es el centro de ciertos tubos en Biología, lumen, luz). Lo que no sabía era que las vigas van así y no asá, que era como yo siempre había creído, es decir, siempre me imaginé las vigas verticales y no, mi amigo Etxe (que no en vano estudió un tiempo arquitectura) desplomó (en literal sentido) esa imagen y me dejó a la viga acostadita, como debe de ser, y luego me habló de los peligros que la acechan, sobre todo al alma de la viga que es lo que hay que resguardar por sobre todo. Bueno, yo sabía que la viga tenía alma, y con eso ya era bastante. Lo de los muchos nombres que los esquimales le tienen a la nieve, o más bien dicho al blanco de la nieve, bueno, eso lo saben miles. En fin, lo más divertido es que cuando me equivoco, me da igual, y eso no lo entienden los amigos míos, que se ufanan de pillarme en falta, a veces. Si sé que es un juego, pero por supuesto, cuando lo juego lo hago en serio, como se debe de jugar, me parece. Si no se juega en serio, mejor no jugar, me parece a mí.
A las finales, si sé de todo un poco, es porque me apasiona saber, a veces, porque desde pequeña que no me quedo con la duda en nada, y esa actitud espero traspasársela a mi pequeño lector, que cuando me pregunta, por ejemplo, qué es sofisticado y yo me complico en la respuesta, pues, le digo, mejor busquemos en el diccionario que para eso está, y encuentro las dos acepciones para dicha palabra y nos quedamos con las cosas cerradas y podemos seguir en lo que estábamos.
Creo que de ahí nace todo el afán enciclopédico, nada más, que me molesta profundamente quedarme con las dudas abiertas, habiendo cómo salir de ellas, cerrar las ventanas abiertas, ir ordenando el gallinero, y por eso me paso a la Biblioteca Nacional cada tanto, a cerrar las que no pude cerrar en mis diccionarios ni por boca de nadie. Soy como el Principito que perseveraba hasta que le respondían, por fin, lo que preguntaba, y si no, se enojaba mucho, y se encerraba en un silencio hostil.
Yo necesito tener las palabras a mano, y por lo tanto evito poner palabra alguna que no sepa, por lo menos, lo que significa actualmente, y ojalá saber el cómo se formó y qué significa a la luz de su raíz, y por eso, me encanta saber lo poco que sé de Euskera, para así poder decir que mi amigo, el Etxe, significa lo que significa, que no deja de ser lindo, me parece a mí, llamarse Casanueva. Y que panfletario, palabra tan usada en nuestros primeros encuentros feroces por msn (en persona, el de Peñalolén es un turrón) viene nada menos que del inglés, es decir, panfleto, que significa libelo, periódico de poca monta, en fin, no, yo a la palabra me la monto y la trato de dominar que si no, es al revés y así no vale. Me gusta ser dueña de mis palabras y no que mis palabras se adueñen de mí. Eso le pasa a mucha gente que al decir por ejemplo, bizarro dice otra cosa, o a los que dicen en ciernes y no en cierne, por ejemplo. Para qué hablar de los displicentes, o de los puntillosos que caen en errores al tratar de demostrarse más que otros. Y así, suma y sigue. Saber, mientras más, es mejor, siempre.
Leer un libro como cualquier novela de Delibes y no tener la más puta idea de qué significa nada a ratos, no me parece. Cuando Etxe leyó Las ratas, por ejemplo, me dijo, oye, hay que leer con el diccionario al lado, y yo le dije, obvio, así ha de leerse todo, y así, también, ha de escribirse todo, con el diccionario pesándonos en el regazo y la palabra liviana en la punta de los dedos, liviana en la punta de la lengua, liviana en todo, porque al saberla, es nuestra, y no nos pesa, porque vuela con nosotros a donde sea que nosotros la llevemos, o nos la traiga uno, un vallesolitano anciano, que, sí, Anto, toda la razón, en verdad debiera llevarse el Nobel esta vez y yo aplaudiría si eso ocurriera, ¿te vale?.
El diccionario, mientras más pesado, mejor, la palabra, sin embargo, debe volar cual volantín
3 y para ello debe ser lo más liviana posible, lo más natural posible, y por supuesto, debe estar bien sujeta con hilo, y acá no hay tu tía, el hilo es tu conocimiento de la misma y su significado, que si no, se te eleva por sí misma y se te va, porque las palabras, por supuesto, no le hacen caso alguno a quien no sabe nada de ellas. Es cierto que el habla es algo vivo, y que de a poco nos vamos poblando de nuevas palabras y otra muchas quedan doblabas y llenas de polvo en el desván de la lengua, pero, por Dios, las palabras han de usarse, mientras se usen, como la gente. Y ahí no queda otra más que saber, y no hay acto más humilde que buscar en el diccionario incluso palabras de uso común, sólo para decirlas esta vez con un poco más de verdad.

Ah, me enojé, mierda. Así que los dejo, mejor.


Aviso a Granada, la bella: Anto, haz que tu hijo enciclopedista lea esto, por favor, no me urge que me lea el blog un niño tan lindo, sobre todo si es un niño llevado por el afán de saber, que es necesidad biológica tanto o más importante que la de tomar sol y morirse de calor viendo chicas ligeras de ropas.
Ahora, que vos te urjas con las frasecillas subidas de tono, pues, entendible, pero por favor, déjame llegar a Pedro, mira que hasta lo saludo acá, (¡Hola Pedro!, léeme, y sigue instruyéndote, hijo y respeta a tu padre, venga, vamos, no seas malillo, tu pobre padre necesita también respirar, necesita también unas vacaciones).
Y, Anto, escríbeme, ¿vale?

1 Cueva: suerte.
2 Achunto: atino, doy en el blanco.
3 Pico, nombre vulgar que en Chile se le da al pene, consignado, me parece, en la RAE, y por supuesto en el indecente y poco conocido Diccionario Secreto de Camilo José Cela, que supongo no se ganó el Nobel por ello, Dios nos libre.
4 Cometa, papalote, artefacto hecho con papel y apuntalado con varillas flexibles, por lo general de origen vegetal, que, atado a un hilo, cable, cordel o lienza, se eleva en el cielo.

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