viernes, febrero 09, 2007

los mormones, el béisbol y mi vecina

Me caen bien los mormones, y me molesta profundamente la mirada llena de prejuicios con los que en Chile se los mira. Les voy a decir una sola cosa: no he conocido a ningún mormón mala leche, ni mala persona. Además, su religión no es lo que la gente habla, sin saber en general nada, pero nada de nada, de lo que es la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Últimos Días. No voy a entrar en detalles dogmáticos o ideológicos, porque la religión yo me la vivo desde otro lado, nunca desde el dogma, y a veces pálidamente desde la ideología, pero tampoco así.

Las primeras a las que tuve el honor de conocer, y en mi antiguo barrio, fueron a las Hermanas mormonas que me ayudaron con mi inglés, y me dejaron la grata confirmación que yo hablaba inglés, que hasta ese momento no lo sabía, pero que hablaba inglés. He olvidado casi todos los nombres de las demás Hermanas y Elders gringos que me han ayudado con mi inglés, pero jamás olvidaré a la hermana Smith, cuando me dijo, bueno, hablemos inglés y empezó a escucharme, tartamudeando y a trastabillones, y sin embargo en inglés. Nunca olvidaré la mañana en que sólo hablamos de baseball, en que les pedí que por favor refrescaran mi conocimiento del juego de pelota que en mi ciudad natal es padre y señor (Campeones Nacionales del jueguito por tantas veces consecutivas que ya ni sé bien). Strike one.

Bueno, ya había conocido a otra mormona, una mujer bellísima que es madre de un compañero de curso de mi hijo. Un día, así, sin venir a cuento, soltó que era mormona, y yo así me enteré de ello. En ese entonces, todavía no unía su maravillosa entrega y su dulzura, al hecho de ser mormona. Strike two.

Pero el Strike three sucedió cuando llegué a mi barrio y me recibió primero que todos ella, mi vecina de enfrente. Bueno, no fue de inmediato, pero desde siempre hubo una química así, genial, entre ambas. Pasó todo el verano, el otoño y el invierno antes que yo cruzara a esa casa y pidiera patudamente hablar con ella, preguntar si la podía ayudar en algo, al escuchar las desalentadoras noticias acerca de su salud entregadas por su marido. Soy profesional de la salud mental y de alguna manera no elegida por mí, mi experticia en la salud a secas pasa por el tema del dolor, por un manejo bastante atinado del dolor físico, que brindo cada vez que alguien cercano a mí lo necesita. Antes de esa ocasión nos habíamos pedido mutuamente muchos favores, lápices, témperas, cuadernos, libros, textos, kilos de harina, de azúcar, tarros de café sucedáneo, iban y venían en un intercambio natural y relajado entre ambas casas. Luego de eso, de esa vez en que entré a su casa por primera vez de manera más íntimamente, hemos ido acercando distancias de a poco. Los favores siguen siendo mutuos y basados en un concepto de solidaridad que es exacto para ambas. Yo no cuento los kilos de harina que “le debo”, ni ella la cantidad de páginas que le analizo, haciéndole resúmenes más digeribles de sus apuntes densos que le pasan para aprobar sus ramos en su universidad.

Yo quiero a toda costa que termine sus estudios y la aliento cuando la veo desanimada y a punto de tirar la esponja. “Don’t give up” le digo en mi mente, cuando la veo así, desesperanzada y acosada de problemas, de tantos problemas a veces que siento que se merece un aplauso por sólo mantenerse en pie todos los días. Sus compañeros de universidad la adoran, y era que no. Puede que le cueste entender conceptos demasiado abstractos, o que le cueste retener ciertas informaciones complicadas de esos apuntes retorcidos que les dan a leer. A cualquiera le costaría aprender estando tan interferido por problemas tan acorraladores a ratos. Pero ella es la mejor compañera, sin duda. Además, se planta frente al curso y deja boquiabiertos a los profesores que ni idea de dónde salió ésta que ni está en las listas del curso, cada vez que le toca disertar. Habla con total seguridad y se maneja perfecto frente al curso. Consigue la atención de todos los compañeros, y los deja a todos claritos en lo que sea que ella les explique. Además es tan patuda que es la delegada del curso, no va muy seguido a clases, ni siquiera está en las listas de curso, pero es la que ordena el gallinero y consigue el DataShow para el compañero que trajo una presentación en PowerPoint y no la puede presentar, arriesgando la nota más importante del semestre. Habla con el don de la palabra amable pero asertiva, golpea todas las puertas por sus compañeros, recorre todos los niveles del conducto regular y consigue para su curso todo lo que su curso necesita.

Ella es bacán-bacán.

La última imagen que retengo en mi corazón de ella y nuestra relación matrística, naturalmente matrística, fue lo de las bolsitas-transantiago. Ella se consiguió una cantidad de cajitas de esos folletitos con el mapita transantiago para componer la bolsitas que ahora inundan Santiago a última hora. Llegué a verla y la encontré así, rodeada de una maraña de folletos, mapitas, volantes, bolsitas, stickers redondos, y cajas que había que llenar a razón de 22,-22, 23- 23, 25- 25- 25- 25 de bolsitas transantiago atadas por un elástico. Eran las ocho de la tarde, y me quedé hasta las seis de la mañana ahí, metiendo el folletito, el volante, y el dichoso mapita en un orden establecido, así de esa forma y no de otra, en una bolsita de plástico que luego dejaba cerca de ella que sellaba, contaba y amarraba (22-22, 23-23, 25- 25- 25- 25), sellando así una caja lista. Eran varias muchas cajitas las que había que hacer, y le pagaban una miseria, así que por supuesto yo en ningún momento consideré que estaba trabajando. Yo estaba en un carrete (fiesta, Anto), un extraño carrete en que sin parar nuestras manos embolsaban, sellaban, abrían nuevas cajas buscando más mapitas (los famosos mapitas era lo primero que se nos agotaba), más folletitos, más volantes. Y nos reíamos. Yo aproveché de contarle a ella unos cuantos pasajes de mi vida que ella desconocía, me reí de mí misma hasta el dolor de estómago con una cierta historia con un señor cubano, en fin, fue un poema. La cosa se me puso rayuelística y empecé a encontrarle una poesía insoportablemente bella al acto sin sentido de rellenar bolsita tras bolsita. En un minuto abrí un mapita, así porque sí, porque ninguno de los tres que estábamos en esa, había tenido el tiempo de hacerlo, ni de leer lo que nosotros embolsábamos a full time para el resto de Santiago. Abrí el mapita y me puse cortaziana, me puse Etienne parece, porque me maté de la risa. A las cinco de la mañana, nadie entendía nada de nada, y me encuentro con una cosa así como:

F 02 Pje. Andino Cno. Internacional.

Oye, pero si esto está clarito como el agua, le dije. Lo di vuelta y más me dio risa. El mapa es un poema, eso sí que es un poema. Lo imaginé de inmediato pegado en mi pared, con una planchita de plumavit al otro lado, y lleno de alfileres de colores por todos lados, como los de las series y películas de policías que resuelven asesinatos en serie. Imaginé de inmediato un alfilerazo de un color lindo para pincharle la casa a cada uno de los que quiero en esta ciudad maravillosa. Imaginé también un alfiler de un color menos amable para pinchar a donde viven aquellos que no me caen muy bien. De pronto me imaginé Santiago lleno de manchitas, mis manchitas de colores. El colegio de mi hijo, pum, un alfiler. La casa de la Pom, otro alfiler, la casa de mi amiga Silvia, otro. El trabajo del señor M, otro alfiler. El depa de la bella psicóloga, pum, otro alfiler. La Biblioteca Nacional, otro alfiler. Luego, y con el tiempo, he desechado la idea de pinchar con colores menos amables a los que no me caen muy bien. Me dije para mí misma, mejor no, para qué.

Me llegó mi bolsita a mi casa. Yo la abrí para leer el folleto, porque no lo había leído, y la volví a sellar. La tengo selladita, y no la quiero abrir hasta que sea absolutamente necesario. Me robé un mapa que sobró de la repartija de mapas en bolsitas. En verdad no lo robé, yo no puedo robar. Me lo encontré en el suelo, y lo pedí para mí, y me lo dieron. Ahora está el mapita al lado mío, pegado en la pared, como el bello poema que es. Sobre él he ido pegando otros poemas, escritos por mí en otros momentos de mi vida. Incluso pegué sobre él una de las pocas tareas que mi hijo copió el año pasado en clases, en un cierto período muy negro para mi compañero poeta de casi diez años. Trata sobre las palabras, y me gusta. Por eso va con su letrita imperfecta y su métrica a su aire, pegado justo sobre el sector J.

Sobre el resto del mapa, he pintado un corazón sobre más o menos donde debiera de quedar la casa de mis amores santiaguinos. Mis amigos, si viven en Santiago, les aseguro que si no están tapados por un poema, están pintaditos con un corazón en el mapa-poema del transantiago.

Ahora ella, mi vecina trabaja para un señor explotador que me recuerda a cada rato la frase esa de Jesús, acerca del camello y el ojo de la aguja. Paga una miseria y los explota a ambos, a ella y a su muchacho “adoptado-allegado” que tiene en casa. Al menos a ella no la explota de esa manera tan física, pero igual no tiene un segundo para sentarse ni para relajarse. Al otro, al muchacho lo tiene descargando y elevando cajas a cada momento. Vende montones, gana increíbles cantidades al día, y sin embargo a ellos les paga un sueldo de hambre. Les prometió el sueldo mínimo pero les pide trabajar 56 ó 60 horas semanales para dárselos. Es decir, trabajar todos los días de la semana para ganar lo mismo que otros ganan sólo trabajando 46 horas, de lunes a viernes. Nos sentamos en la noche, cuando ella llega, a comentar lo muy mala persona que nos parece este señor. No nos sorprende que nadie dure en ese trabajo, el trato que les da sus empleados, aparte de ser extenuante, es a ratos humillante. Ella dice que se va a quedar hasta que logre hacer la plata de la cuenta de la luz, por lo menos. Y es una cuenta abultada, así que va a tener que trabajar a razón de poco más que un dólar por hora, por muchas horas. Anoche le dije a mi vecina:

- Voy a escribir en el blog acerca de este viejo c..., para dejarlo como las pelotas frente a todo el mundo virtual que me lee.

Pero en verdad, aparte de dejarlo mal a él, yo quiero dejarla bien a ella. (En verdad, y actualizando esto, ya dejó ese trabajo donde nadie dura más allá de una semana). Quiero decirle, una vez más, a ella, que yo pienso que Dios, cuando nos mira a ambas y las tonteras de las que nos reímos, se sonríe. Bueno, quizá a veces se tapará la cara con una mano y suspirará mirando hacia sus alturas, cuando nos ve. Pero yo creo, yo quiero creer que cuando nos mira, Dios sonríe.

Home run, y la gallada afuera del estadio vuelta loca para atrapar la bola, a ver si consigue entrar gratis a observar lo que pasa en el diamante (qué lindo jueguito, cielos, qué lindo jueguito, qué bello sonido el del bate dándole con un sonido seco a la bola).

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