martes, febrero 20, 2007

Mi súper amigo el rockero

Me es virtual. Pero lo conozco en persona. Lo “conocí” en un Chat, pero casi de inmediato me vino la sospecha de que nos conocíamos en persona, aunque de lejos. En efecto, ambos estudiamos en la U de Conce, en los mismos años. Tenemos la misma edad. Él estudió Música, yo, Psicología. Ambos terminamos nuestras carreras más o menos en el mismo tiempo, carreteamos en los mismos lugares, nos emborrachamos en el mismo Foro, etc. Por eso sé que lo he visto, porque la primera vez que lo vi por la webcam le dije que lo había visto con sus amigos rockeros, todos de pelo largo, hablando fuerte y cagándose de la risa de todo. Aquella vez que lo vi, me cayó mal. Me suele suceder que cuando alguien me cae mal, así, sin mayor trámite, me pasa que luego la vida me lo devuelve como amigo y nos matamos de la risa el resto de nuestra vida diciéndonos lo mucho muy mal que nos caímos hasta antes de conocernos.

Pues bien, entonces lo conozco, sé cómo es su cara, su hermosa cara, su pelo largo de rockero, su caminada de macho-macho, etc. Ahora sé cómo es su bella alma. Sé que su alma es un bosque encantado y puro, sé que llegar hasta ahí es de lo más simple y fácil, sólo hay que solicitar entrar con el alma limpia y la mente pura y ya está. Sé que es una gran persona, que tiene bellos valores inculcados por una hermosa familia, sé que ama a sus amigos, a su familia, a su perrito Jordan (que es el perrito más lindo del mundo, su mejor amigo y quien lo saca de la pena cuando tiene mucha penita).

Sé que por sus venas no corre sangre, corre puro rock. Que admira a Steve Vai, que por él se esfuerza cada día más en ser el mejor guitarrista posible, que admira a muchos otros rockeros, que sus alumnos lo aman porque le ven la pasión por la música, sobre todo la música rock, pero en general toda la música-música. Sé que tiene historias muy entretenidas del mundo del rock para quien las quiera escuchar, que lo de Pink Floyd y Syd Barret y Wish you were here es una de las tantas canciones que ellos le escribieron al compañero que jamás abandonaron, y otras muchas más historias sabrosas, incluida la cosa que Bach es quien fundó las bases musicales del rock, o algo por ahí. Como tengo un hermano rockero que me tortura hasta la náusea con ACDC y su Back in Black, a veces y para poder conversar con él, le planteo estos temas que mi amigo rockero me dice y así podemos conversar largos ratos con él acerca de eso, de Bach (mi hermano está de acuerdo con mi amigo rockero, mi hermano también sabe una enormidad de música, y es un agrado sublime conversar con él de Rush, de Iron Maiden, de Steve Vai, etcétera).

A mi amigo rockero lo tengo invitado hace muchos días a que venga a mi casa a alojar, porque él vive en Conce aún, y la idea es que aloje en mi casa. No es que sea mala onda ni egoísta, pero casi preferiría que mi hermano rockero en esa ocasión no estuviera, porque estoy segura que si pasa tal, ambos huevones se van a hacer amigos y van a tocar hasta las dos AM, uno con la guitarra de palo y el otro con la eléctrica, dejando resentidos a todos en el barrio o arriesgando una amable visita de la policía por ruidos molestos.

No es que no me guste el rock, a ratos me encanta, pero vivir con un hermano rockero que sólo escucha rock a una la pone de parte de The Chemical Brothers a ratos. O de la Rocío Dúrcal (No renunciaré, gran interpretación), hasta de parte del Pop a secas en inglés o en castellano, ponte tú Miranda! Que a mí, sin vergüenza alguna, me encanta. Ni a mi hermano ni a mi amigo rockero les va a gustar jamás de los jamases esa música, antes se declaran maricones y se visten de rosado y se dan besos en la boca en lugares públicos. Pero uno necesita desintoxicarse de tanto decibel a ratos, al menos yo. Ellos podrían estar todo el día déle que suene al rock en la radio y luego irse a tocar sin mayor drama, una tocata de tres horas, entre que escuchan a otros y ellos mismos tocan. Ambos son apasionados por la cosita esta del rock y no hay tu tía, es así. No les corre sangre por las venas, les corre puro rock. Del viejo y del nuevo, pero rock, puro rock, en castellano o en inglés (mi hermano escucha a veces ciertos grupos en castellano, como los míticos Tumulto, ni idea mi amigo), pero rock. Si no es rock, no vale.

Bueno, a mí la gente apasionada hasta este punto por una sola cosita me provoca una ternura infinita. Yo me puedo levantar y acostar hablando de literatura, de Bolaño, de Cortázar, de Chéjov (por Dios, qué abandonado lo tenemos a Chéjov y sus cuentos magistrales), de Quiroga, de la Jelineck, de Auster (grandísimo gringo, grandísimo entre los grandes, me importa una cueva que Fresán diga que no es un gran escritor, sino sólo un gran narrador, si es por eso, yo aspiro a ser una gran narradora entonces, y me guardo en el bolsillo mis aspiraciones a ser gran escritora). Yo puedo pasarme sin comer sólo por el placer de prolongar la conversación acerca de literatura. Incluso (pero ya no lo hago más, nunca más) puedo soportar a todo tipo de personajes retorcidos cerca de mí por un par de horas, o por un poco más de un par de horas. Todo con tal de hablar de literatura. Bueno, lo de los personajes retorcidos ya no va más. Mis amigos-amigos me quieren independiente que me hayan leído. Mi vecina mormona, por ejemplo, no necesitó leerme para quererme y admirarme (y creerme que soy escritora). Yo me cansé, sencillamente de ser invisible. Me cansé redondamente de demostrar que soy inteligente. Nunca he escrito para que la gente me quiera más, como la Pizarnick. A mí la gente me quiere por lo que soy, y punto. Y curiosamente los que más me quieren me han leído la nada misma. Me encanta que me lean, no les voy a mentir, pero a partir de cierta fecha de mi vida en adelante, creo que eso de tirarle perlas a los chanchos ya no me va. Como dijo Etxe, a propósito de pasarle o no pasarle a la Jelineck a un pretendido escritorcillo (sólo Etxe lo ha leído, yo no, así que ni idea si será verdad que escribe) “No hay nadie que se lo merezca leer, por acá al menos”. Bueno, Etxe, yo encontré a quien pasarle a la Jelineck, que no me gusta, pero que convengamos en que hay que leer. Un muchacho, un simple muchacho de un ciber, al que he hecho leer a Auster y otros libros que he podido conseguir. El muchacho entra este año a estudiar Ingeniería y yo a toda costa quiero que no pierda su vocación por plantearse las cosas no sólo desde los cálculos y la frialdad. Quiero que conserve esa parte, que deje de leer a J.J. Benítez y lea literatura-literatura. Creo que en este caso no le tiro perlas a los chanchos, el muchacho es inteligente, y opinó de Auster algo muy atinado, que me gustó mucho.

Mi amigo rockero tampoco toca como toca la guitarra para que la gente lo quiera o lo admire. A él se lo quiere aparte. Aunque no tuviera el talento que sin duda alguna tiene, yo lo querría lo mismo. No necesito escucharle un solo acorde, yo lo quiero igual. Ahí veo lo que me pase cuando le escuche, lo más probable es que le admire, si cabe, un poco más. Porque yo le admiro demasiado, demasiado ya. Y no por el rock que en su caso es su sangre. Le admiro su alma, su bello y puro bosque encantado. Su corazón de oro. Su sensibilidad de artista de apariencia dura, pero de interior límpido y perfecto, como el mejor y más perfecto acorde con la mejor caja de resonancia.

Sé que otras personas me lo admiran a mi rockero sureño. Que hasta tiene groupies, lo que me hace mearme de la risa. Groupies, por Dios. Esa cosita que la gente te rodee y te siga por el aura de irresistible qué sé yo que exhalas, me da entre risa y náuseas a estas alturas. Sirve para el ego, parece. Pero mi amigo está tan lejos del ego en su bosque encantado, en que pocos penetramos. Ahí está sólo él, y es un bosque. Y el bosque es calmo y está siempre en armonía. Y en el bosque nada agrede, ni nada importa. En el bosque hermoso que es mi amigo, uno simplemente es.

Yo, no sé si tengo “groupies”, pero tengo un pequeño grupito de gente que dice admirar lo que yo hago con las palabrejas. Muchas gracias, por favor aplaudan de nuevo, y más fuerte. Gracias. Me quedo con mis amigos, mejor. Aquellos que me aplauden, pues me lo tengo muy merecido, yo escribo bien. Aquellos que además de encontrar que escribo bonito, encuentran que soy una persona buena, soy una persona en la que vale la pena invertir un poco más, lo que sea, pues, esos son los que me importan. Y claramente, de esos casi ninguno escribe. Casi. Salvemos al señor M. que escribe y hasta escribe bonito, incluso muy bonito. Salvemos a la actriz que escribe maravilloso pero que dice que escribe feo, dejémosle que piense que escribe feo; total, la cosa es que ella escribe para sanarse y eso siempre es bueno, independiente de las circunstancias. El resto no escribe, el resto dice que escribe pero jamás me ha mostrado nada. O hace mucho que no me muestra nada. Salvemos a Etxe, sólo por Septiembre, cumbre inalcanzable del relato breve. Sólo por Septiembre, se salva Etxe. Y porque me quiere, también. Porque yo sé que me quiere, salvamos al Etxe. Pero no escribo para que me quieran. Me gustaría sentir que Etxe es capaz de quererme afuera del territorio literario, del “motín” con que las palabras se toman por asalto el barco en el que vamos. Repito, yo no soy la Pizarnick, a mí la gente me quiere. No es tanta la gente que me quiere (no tengo un séquito de personas fascinadas con el aura de infinito qué sé yo que exhalo sin querer), pero me quieren, independiente que sepan la trama de mi novela o no, o me hayan leído una sola línea. Me quiere por los panqueques que les hago. Por las roscas que les frío. Por las heridas sobre las que les pongo un parche curita. Por los exámenes que les ayudo a pasar, a fin de año. Por los vasos de agua con el remedio (joder, todo por un maldito vaso de agua) que me esmero en hacer llegar hasta ellos cuando están enfermos. Por los desayunos en la cama con que los atiendo cuando honran mi casa con su presencia (aunque sean amigos borrachos de mi hermano, it’s anyway). Por eso, y por otras cosas que yo encuentro naturales porque en mi mundo eso es cotidiano. Siempre es para los dos lados. Bueno, casi siempre. Cuando me doy cuenta que sostenidamente es sólo de un lado, ahí me planteo que no, que parece que no somos amigos. No doy para pedir de vuelta. Pero sí me canso de dar, eso sí. Y cuando me canso, me canso en serio, muy en serio. Y no sólo dejo de dar, sino que empiezo a herir. Por lo que casi es mejor alejarse en serio de mí.

Mi amigo rockero fue uno de los que en línea se enteró de esto de mi novedad en el mundo editorial, que es una luz de esperanza en este invierno largo en que vivo a ratos. Esa esperanza que me tiene escribiendo y entregando la novela muy luego a ser sometida a escrutinio, así, de verdad, por una editorial de verdad. En cuanto se enteró, se alegró tanto como si le hubiesen anunciado que su CD de rock ya está listo o que se está vendiendo como pan caliente en las disquerías. Se alegró tanto, que me di cuenta que era de verdad mi amigo, y que no lo decía por buena crianza, ni por fórmula social. Él es mi amigo, es una gran persona, además es un medio mino, es guapísimo y está soltero. Pero les ruego a las solteras de mi edad o menores, que se abstengan de tratar de seducirlo si no vienen con el alma pura y limpia. Mi amigo se merece el amor en grande, el amor de verdad, se merece nada menos que a una buena mujer, y punto. Mi amigo se merece todo el amor del mundo, y no se sorprendan un ápice si tamaño mino, tamaño talento, de pronto es alcanzable. Mi amigo es alcanzable, no es ningún divo. Es un artista, y espero de todo corazón que sea cada día más conocido, no sólo en Conce y a ratos en Santiago. Pero aunque sea más conocido y más famoso que su admirado Steve Vai, mi amigo es alcanzable. Ya dije, es muy fácil entrar a ese bosque encantado. Sólo hay que solicitar entrar con el alma pura y listo.

Me siento profundamente orgullosa que me haya escogido como amiga, no saben cuánto. Y presiento que mi libro y su CD van a salir más o menos al unísono. Y presiento que eso es muy, muy luego.

Larga vida al rock.

Que suene a todo chancho, que reviente los parlantes, que la gente se vuelva loca por esa música hasta el fin de los tiempos.

Que un estadio lleno al tope reciba con una ovación delirante a mi amigo, a mi gran amigo Star Rock. Que en primera fila esté mi hermano. No, mejor que mi hermano esté tras bambalinas, calentando los dedos y empinándose un güiski para darse ánimos, porque al menos en un pedacito, va a salir él también, acompañando a mi amigo. Porque si siento que mi amigo es mi hermano, tiene que tocar con ese otro loco, ese otro rockero que está a ratos en mi casa, aunque sea un temita. Ese otro loco al que siempre he admirado, aunque nunca jamás se lo he dicho, de puro estúpida que soy.

Viva el rock. Que viva a todo, todo chancho.

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