jueves, febrero 22, 2007

with a little help from my friends

Esa cancioncilla se hizo mundialmente famosa, y hasta el día de hoy se ha asociado a Joe Cocker, no sé si en Woodstock, Monterrey o por ahí en esos festivales llenos de alucinógenos, amor libre y borrachos por doquier. El tiempo de Sexo, Drogas y Rock & Roll. No tengo la menor idea de cómo se escribe, “you cóquer” se pronuncia. Muy poca gente (que no sepa de rock) sabe que en verdad la canción pertenece a los Beatles. La versión de los Beatles es irreconocible para aquellos que hemos escuchado aquella versión aguardentosa y reventada de Cocker. A mí me parece que hacer una versión de una canción de los Beatles y hacerla de manera tal que en verdad parece una canción distinta es un gran mérito de Cocker, como sea que se escriba ese apellido.

Pero a mí me gusta el título y la letrita, que es igual para ambas versiones, o casi. Eso “de lo voy a lograr siempre y cuando mis amigos me peguen una ayudadita”. La traducción es libre, mía, chilena, pero se acerca bastante a la versión inglesa. Lo puedo lograr, lo voy a alcanzar, lo conseguiré, sí, con una pequeña ayuda de mis amigos. Qué bonito. Qué lindo que a Lennon o a McCartney se le haya ocurrido poner aquello en una canción. Aquello que es como obvio en verdad para nosotros, los latinos, que no hacemos nada sin el otro, sin el vecino paleteado, sin la amiga de la universidad, sin el compañero de furgón escolar. ¿Qué sería de nosotros sin los amigos? Los amigos sirven, aunque te de lata reconocerlo. Los amigos que no sirven no son amigos me parece a mí. No digo que uno vea al amigo como algo útil, pero los amigos sirven.
Es decir, y poniéndolo desde el otro punto de vista, si tú tienes un amigo y él tiene un problema, cualquiera sea (no puede poner la funda limpia de su plumón o edredón; o no sabe cómo calcular el Chi cuadrado; o se le están cayendo las cosas de la bolsa de supermercado; o su guagua llora a grito pelado mientras el amigo tiene que cocinar y ya está atrasado) y tú lo estás viendo, si eres su amigo, lo vas a ayudar, no vas a esperar que te pida ayuda, lo más probable. Ahí vas a ir tú y le ayudarás a meter el plumón adentro de la funda, tarea siempre titánica para quienes no saben la técnica del panqueque; le vas a decir cómo miéchica se calcula el bendito Chi cuadrado, que sabe Dios para qué sirve; te vas a agachar de inmediato a recogerle las cosas del suelo; vas a tomar a la guagua, la vas a mecer, le vas a cantar, o te vas a ir a la cocina si sabes cocinar…

Lógico, ¿No? Obvio de obviedad diáfana y absoluta. Tengo, sin embargo, una amiga que me agradece cada vez que yo la ayudo en su vida hiper-estresada de madre separada con dos pequeñuelos, un padre que escasamente ayuda, un trabajo absorbente y agotador. Las pocas veces que he estado en esa casa, la he ayudado la máximo, lo que más he podido, por último jugando con sus pequeños monstruitos a ordenar los juguetes, metiéndole comida de juguetes a la mochila que se trasforma en un monstruo devorador de juguetes. O lo que sea. Para los hijos de mis amigos, yo siempre tengo tiempo de jugar, de tirarme al suelo, de escucharles sus historias, de contarles las mías, de hacerles panqueques en la mañana si alojo en esa casa, etc. No me molesta, todo lo contrario. Me encanta llegar y que pequeños pasitos me reciban con cariño y felicidad. Los hijos de mis amigos nunca me molestan, son mis “sobrinos” y los adoro a todos por igual. A Iñaki, a Arantza, a la Cami, a la Isi, a la Anais, al Ariel. Para ellos toda mi paciencia en la medida que mi vida me lo permita. Puedo estar “tomando el té” por largos minutos con la Anais, manejando naves espaciales con Iñaki, matando bichos en el PlayStation con Ariel y mi propio hijo, lo que sea. Me encanta jugar, porque nunca he crecido del todo, gracias a Dios. Así que no es ninguna ayuda, más bien es un verdadero placer.

Los amigos sirven, quieras o no verlo, sirven. Lo hacen sin querer, lo hacen porque te quieren, lo hacen porque de verdad son amigos.

Hay amigos que a uno le sirven para otras cosas, para la cosa muy humana de desahogarse del mundo, de llorar cuando nada parece resultar, el amigo que simple y sencillamente te escucha o te lee un mail desgarrado y te acoge sin juicio alguno, sencillamente te pasa un pañuelo desechable o te avisa que te leyó el mail, y punto. Mis queridos amigos que con paciencia infinita secan mis lágrimas una y otra vez, que cruzan desde Peñalolén hasta mi feudo, un viaje de dos horas, sólo para abrazarte y que tú le mojes la camisa, de tanto llorar, y eso que llevan suéter y camisa. Amigos que te miran con dignidad, que te creen que vas a triunfar cuando parece que nada indica que así ha de ser, que te defienden del juicio de otros, que están siempre leyendo lo que tú les envías, para “criticarte” (cosa que en verdad jamás ocurre, porque o no saben criticarte, o de verdad no encuentran nada criticable en lo que les mandas).
Amigos que reciben al otro lado del mundo todos tus mails, los archivan, los guardan, sobre todo los archivos adjuntos, el trabajo de dos años enteros que han quedado ahí, resguardados en Granada, la bella, y que cada vez que entras en el territorio angustioso de la pérdida de archivos porque el disquete se fregó, el computador murió para siempre, el pendrive cogió un virus, lo que sea, aquello que a mí me pasa más seguido que lo normal parece, te los reenvían todo, sin mayor demora, sin mayor trámite, y que funcionan como secretarios particulares.

Hoy escribo esto en verdad para agradecer a estos dos amigos, estos dos seres, uno en Peñalolén y el otro en Granada, por todo lo que me ayudaron leyéndome a Becca, mi novela que no se llama así, por supuesto. Sólo ellos saben el nombre, por lo demás. Ellos, Antonio y Etxe, me la han ido leyendo por partes, y aunque su mirada de la novela es completamente disímil (Etxe no le cambia nada, o casi nada, en verdad, me dice o me decía que está muy buena, y Antonio no ha parado de achacarme con una dispersión que existe y que en este minuto trato de remediar, cosiendo partes, sacándole otras, en fin, lijando y lijando y lijando, sacándole punta a la palabra de una manera feroz y despiadada), ambos me han ayudado enormemente.

Ahora quizá los necesito a ambos más que nunca, pero no puedo mandarles la versión completa, sé que cansa leer lo mismo tres o cuatro veces. Se la voy a mandar por capítulos a la señorita actriz. No porque ella esté por sobre ustedes, no se me pongan celosos (joder, los hombres son tan posesivos). Ella tiene la ventaja de que no ha leído la historia de Becca, Gastón, Rafael, Amanda, y Fernando, no sabe nada de nada y por lo tanto es la mirada fresca que yo necesito. Ella dice que es un honor, pero no tiene idea en el medio cacho en que se mete al recibirme la novela. Es decir, si lo logro y le mando algo decente, va a ser un honor, pero si no, va a ser un verdadero cacho. La voy a tener como al pobre Anto entendiendo todo al revés, todo cortado, todo fragmentado. No sé si la novela debe ser tan lineal tampoco, acabo de decidir que puede ir un poco fragmentada y dispersa, qué tanto. Mientras estén todos los elementos, quizá no sería tan malo en una de esas hacer pensar un poco al lector, capaz que en una de esas, los lectores piensen. Así como la niña que tenía una vida y ahora no sólo no tiene una vida sino que además es nadie (mi sobrina preciosa), cuando lee, piensa, capaz que existan lectores que piensen, digo yo. Yo leo para entretenerme, la verdad. Me gusta leer novelas que no pretenden nada aparte de entretener, como la saga de la Rowling, del joven mago Potter. Bueno, me gustan otros, menos livianitos como Cortázar, Dostoiewski, Chéjov, Quiroga, Auster (que me van a perdonar, pero no es para nada livianito, La trilogía de Nueva York se mete en aguas bien profundas, sobre todo en Ciudad de Cristal, nada menos que el rollo del lenguaje y lo humano, nada menos que eso). Pero si me gustan es porque se dejan leer, también. Rayuela es una cosa gloriosa pero se deja leer. Los detectives Salvajes, una novela que trata de la nada misma, donde no pasa nada, y en verdad pasa de todo, se deja leer, excepto que a mí me da demasiada comezón el talento de Bolaño. Nunca jamás he podido leer a Joyce más allá de la página cincuenta que es hasta donde me obligo a leer cualquier libro que no me guste, para darle la oportunidad hasta el último minuto. Algunos libros son leídos hasta la última página para darles la oportunidad, o por último no me gustan nunca pero debo reconocer el talento de todas formas, como Deseo, de la Jelineck, por ejemplo.

Ver El Sacrificio de Tarkovskiy significó un verdadero sacrificio para mi persona. Las dos veces que me lo vi, un tremendo sacrificio. De hecho, para mí y mi amiga que fue la única que se quedó a mi lado para el segundo intento de verla, esa película es un guiño que nos hace mearnos de la risa. “El Sacrificio” decimos y nos reímos y reímos. Tarkovskiy digo yo, y más risa, más y más risa. Puede que sea un gran cineasta pero por Dios que es latero Tarkovskiy… Creo que igual voy a verlo, al menos Nostalgia y quizá de nuevo Stalker (que en verdad salva mucho más que El Sacrificio), pero es un latero de marca mayor el ruso aquel. Kafka es un latero. Sastre, hum, no sé a ratos es latero también. Y absolutamente todos o casi todos los filósofos son unos lateros, todos casi sin excepción.

A mí me gusta que lo que leo sea legible, partamos por eso. No le veo gracia alguna a la literatura que no se entiende por no entenderse, por ser chorifay, por ser “más literatura”. No me gusta, no hay caso. Borges, por ejemplo, no es latero y tiene todos los elementos para serlo. Era una enciclopedia con patas, el muy simpático, pero yo no encuentro que sea latero leerlo. Todo lo contrario, uno lo toma y sólo quiere saber en qué va a terminar el cuento, con qué giro genial nos va a embolinar, cómo es que nos va a dejar mirando para otro lado, llenos de preguntas que de a poco nos van cayendo, pasados unos minutos o unos días luego de terminado el cuento. El inmortal, por ejemplo, o La escritura del Dios, o el mismísimo El Aleph. No son cuentos, son naves intergalácticas que surcan el espacio sin mayor ruido ni mayor pretensión, y que de pronto uno encuentra así, a boca de jarro frente a uno y uno casi se hace pichí de la impresión. Por no decir otra expresión más adecuada y menos elegante.

Mi novela no pretende nada más que contar la historia de Becca y sus “hermanos” asociados a ella. Contar lo que no pasa, más bien que lo que pasa, además. Suena raro, pero así es. Mientras cuento lo que no pasa, cuento además otras cosas que sí pasan. Tal cual. Ésa es mi descripción de mi novela. Una novela que se centra en contar lo que no pasa, y punto.

Escribo esto para agradecer, entonces, a mis dos grandes ayudantes en estos dos años difíciles en que Becca fue el hilo conductor de tantas otras cosillas que escribí. A Etxe, muchas, muchas, infinitas gracias por acoger mi novela, por no-criticarla (más bien complejizarme la mirada de algo que yo encuentro de lo más simple y básico), por pelarme a los personajes, de status socioeconómico medio alto y no bajo como según él debiera de ser, por exigirme ser una Manuel Rojas versión dos punto cero, siendo que yo estoy más cerca, mucho más cerca de la simple y entretenida Rowling…

A Antonio, por decirme tantas cosas que me desorientaron y aún me desorientan pero que me entregaron un montón de luces… demasiadas, quizá. No sé si la cosa va a terminar como culebrón venezolano, Antonio, pero si es así, bueno qué tanto, soy latina, soy mucho más simple de lo que tanto vos como el chileno del Etxe pretenden.

Soy lo que soy y escribo lo que escribo, y hago lo que puedo con la palabra, no me da para más. La historia no la inventé yo, estaba en el aire, una musa inmisericorde me la dictó, en noches en que no me dejó dormir, en tardes en que estuve ausente para todos incluido mi hijo. La historia de Becca se me ocurrió que la escribía yo, pero en verdad me la dicta una musa gritona, chillona, impaciente, dictatorial.

Gracias, pase lo que pase, muchas gracias. Esta novela no sería, no habría visto jamás el momento en que ahora está (a punto de estar para la Editorial, a punto, literalmente), sin la ayudadita de ustedes dos. Bueno, parece que fue un poco más que una ayudadita. Gracias, amigos. Sin ustedes, yo, igual que Becca sin Rafael, sin Gastón, estaría perdida, total y completamente perdida. Yo, lo mismo que Becca, no soy nada sin ustedes, sin mis hermanos del alma. Gracias, a Peñalolén, miles de gracias. Y saludos a la familia.

Gracias, a Granada, muchas gracias. Y saludos a los críos adolescentes, y a la mujer fantástica.

Desde el fondo de mi corazón, muchas e infinitas gracias por todo lo que han hecho por mí, ambos. Los amo a ambos, no saben en verdad cuánto. Pase lo que pase, los voy a amar hasta que me muera.

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