jueves, febrero 01, 2007

mermelada de perlas / la poesía puesta en música

Mi mejor amigo me los presentó, a los Mermelada de Perlas. Es decir, yo los conocía de antes ¿Quién no ha escuchado Jeremy, acaso? Pero mi amigo, en línea, hace mucho, mucho tiempo, en la prehistoria de nuestra historia, cuando yo todavía no me daba cuenta que lo amaba como lo amo, me fue pidiendo línea por línea (y en línea) la traducción de una cosa. Yo se lo fui traduciendo frase, por frase. Llegamos a lie (she lies) y lo puse como “ella yace”, porque las líneas anteriores me indicaban que nadie espera, si no es dormido, a nadie a esas horas infectas. Ni menos soñando en rojo. Luego, más tarde, consulté el diccionario y supe que she lies es siempre ella yace, sobre todo si en el contexto hay algo que lo indique. Que lo de las mentiras era para lying, no más. Mi amigo en ese tiempo estaba contaminado de una misoginia espantosa (contradicción terrible porque ya en ese entonces me adoraba, pero bueno, ése es tema de mi amigo), e insistía en que “ella miente”, pero yo lo traté de sacar de su error. No me creyó de inmediato, aunque yo le expliqué que el inglés de pronto puede ser tremendamente perturbador porque una palabra puede significar dos cosas tan disímiles al mismo tiempo. Imagínense decir que alguien está yaciendo en el sofá del analista. He lying on the psychoanalyst’s couch (¿O es “He lying at...”? eterna duda). Bueno, se puede leer levemente ambiguo. De hecho hay un libro que se llama así, no recuerdo muy bien el nombre y evitaré pegarme el salto, pero se puede traducir al mismo tiempo como “mintiendo en el sofá” o “yaciendo en el sofá”. Sólo que hay una trampita, el verbo se conjuga distinto en su gerundio, según la expresión sea mentir o yacer, me han explicado los gringos, pero es de una sutileza enorme, incluso para los propios gringos. Aún así, los gringos leen la paradoja del título.
Bueno, los Mermelada de Perlas me fueron presentados de este modo. Luego, mi mejor amigo me siguió mandando pedazos de sus letras, que yo aún no sabía que eran canciones, y le seguí ayudando a descubrir la maravilla profunda de esos poemas, de esas perlas. Yo, incluso le dije, bueno, esto es del mismo autor, Etxe, porque se nota la misma fuerza, la misma intensidad de las imágenes. Yo me he peleado toda la vida con mi yo-poeta, jamás me he creído poeta, pero vivo rodeada de poetas. Tengo a un pequeño poeta en casa, además, al que crío o malcrío a mi aire, un compañero de camino al que recibí en mi útero hace más de diez años. Hijo de otro poeta, al que me refiero muchas veces como el hombre de mi vida. Mi mejor amigo es poeta, aunque no lo sabe todavía. Me carteo incesable e incansablemente con uno de los mejores poetas de Colombia. Pero no, yo no sé de poesía, me digo. De verdad, no sé. La poesía me hace sentir cosas, no más, y punto. Pero no puedo, no me siento capacitada para hablar de poesía, aunque sé que lo estoy haciendo de todas formas.
Y tienen que venir a mí los Mermelada de Perlas, con sus letras plagadas de imágenes preciosas, más encima. A veces los escucho, y no puedo evitar encontrar esos trozos de lo que traduje, aunque el inconsciente y egoísta de mi amigo todavía no me hace escuchar esas dos canciones. Esa donde ella yace en la cama, sueña en rojo y piensa que no podría tener un mejor hombre. O esa otra donde alguien pinta, y extiende sus brazos en V, como un pájaro.
En fin, los Mermelada de Perlas son un gran aporte, una bella sorpresa para el mundo de por acá, acostumbrado a denostar de entrada a todo lo que huela a gringo. Bueno, bien merecido se lo tienen los giles, por comer lo que comen, por ser como son, votar por Bush y etcétera, pero etcétera de verdad. Un etcétera manchado de tanta sangre. Sin embargo, no todo lo que los gringos producen es malo. El talento no conoce fronteras. Los Mermelada de Perlas son un ejemplo. Me han dicho que Rush también tiene unas letras impresionantes, que su letrista gana concursos de poesía con sus lyrics por ese lado del planeta, y por qué no lo voy a creer, sobre todo si el que me dio el dato es un gringo.
Y también descubrí a Leonard Cohen, que ni idea si es gringo o no (no lo recuerdo, la verdad), pero que descubrí en un libro y luego me anunciaron que canta, que saca canciones, que sus canciones están asociadas a Tarantino, a las películas de Tarantino. Ése tipo me dejó también muy marcada, el Mago aquel. Unas imágenes que me inoculó, impresionantes. Y creo que lo he escuchado, pero muy poco. Sólo lo tuve en mis manos unos breves minutos, o quizá fue mucho más que unos breves minutos, pero fue el responsable de uno de mis más terribles bochornos, y si volviera el tiempo atrás, creo que de nuevo me lo vuelvo a leer hasta olvidarme del tiempo, del lugar y de las circunstancias en que lo estoy leyendo y vuelvo a pasar por el bochorno de nuevo. Era eso, o la vergüenza de quedar de ladrona de libros, o más que ladrona, de una book’s borrower, porque lo hubiese simplemente “tomado sin permiso con intención de devolverlo a la brevedad”, una vez fotocopiado. Ese Mago bien valía la pena ése y otros bochornos, me parece a mí.
No hablo de una canción cuya letra te gusta como para cantarla a todo pulmón, como las de Fito, o qué sé yo, otras. No, hablo de letras que deben ser escuchadas, escuchadas y escuchadas con el alma abierta. Hablo de poemas puestos en música, puestos ahí mismito donde salieron los poemas, hace quizá cuánto tiempo atrás en la noche de los tiempos. ¿Ustedes han soñado en un color? Pues, ella, la mujer de ese poema, sueña en un color, sueña en rojo. ¿Se lo imaginan? Es bello, simplemente, me parece a mí. Humildemente, de quien no sabe un carajo de poesía, a mí me parece bello. No es una letra como para decir “a rodar, a rodar, a rodar la vida” con todo el respeto y el amor que le tengo a Fito. No es una canción para cantarla no más. Es como La paloma de Alberti (“Se equivocaba la paloma, se equivocaba...”), o como el bello trabajo, insuperable a partir de ese momento y para siempre, que hicieron Los Jaivas cantando a Neruda, en Alturas de Macchu Picchu. Uno se puede hacer el tonto y cantarla no más pero llega un momento en que uno se transforma en Neruda y grita “¡afilad los cuchillos que guardasteis!/ Ponedlos en mi pecho y en mi mano/ como un río de rayos amarillos/ como un río de tigres encerrados/ y dejadme llorar/ horas/ días/ años/ edades ciegas/ siglos estelares” (la métrica es la que impone el Gato Alquinta a grito pelado, no tengo a Neruda en casa en este momento) casi con las lágrimas cayéndosele desde lo más profundamente americano que uno es.
Bueno, los Mermelada de Perlas no son tanto, obvio. Nada supera a Neruda a ratos, me parece a mí, y no es que sea nerudiana, los que me conocen saben bien que no lo soy. Pero hay que reconocerle a Neruda la grandeza, sobre todo en Alturas de Macchu Pichu, no tanto así en el Canto General (la obra total, digamos, que es el Canto General), demasiado dañado por la contingencia, por la ideología me parece a mí. Lo digo humilde porque insisto, yo de poesía no sé nada de nada. Así que me arriesgo a recibir de vuelta de todo tipo de comentarios. No soy experta, ya dije. Háganme tiras a comentarios si lo amerito, por favor. Sobre todo aquellos que sean poetas de verdad.
Mis amigos poetas de cuando yo iba a taller me impresionaron demasiado parece, porque yo nunca escuchaba sinfonías ni cantos al escuchar un poema, como mi dulce y siempre perdido en el mundo Eduardo, gran poeta, grande entre los grandes. Yo sólo veo imágenes que me atrapan y me embarazan de cosas que se quedan conmigo por un rato, por un buen rato.

Los Mermelada de Perlas están ahí, todavía para mí, para que yo siga recibiendo sus perlas, de una en una, en un suave e incesante goteo, de parte del poeta de Etxe.

No hay comentarios: